Alan Watts y el budismo como crítica de la cultura. Primera parte.
JUAN MANUEL OTERO BARRIGÓN*
Alan Wilson Watts (1915-1973) fue uno de los orientalistas más populares en la segunda mitad del siglo XX. Su obra, impulsada al calor de la contracultura estadounidense de los años 60´, abarcó tópicos tan diversos como la religión, la mitología, el pensamiento ecológico y la estética. Se destacaron sus aportes en torno a las filosofías de Oriente, especialmente el budismo y el taoísmo. Su interés por el pensamiento oriental se había originado en su infancia, ya que su madre daba clases a los hijos de misioneros que viajaban al extranjero, que, al regresar de China, le obsequiaban bordados y pinturas de paisajes que inspiraban la imaginación del joven Watts. Como miembro de la Logia Budista de Londres, fundada por teósofos y dirigida entonces por el abogado Christmas Humphreys, publicaría en 1936 El espíritu del zen, su primer libro. Tenía apenas 21 años. En esa misma época asistió al Congreso Mundial de Creencias, conociendo allí al erudito zen D. T. Suzuki, con quien entablaría una amistad que iba a marcar ciertas directrices en su pensamiento. Aunque a lo largo de su vida nunca llegó a asumirse formalmente como practicante budista, sus obras, que abarcan más de una decena de libros, programas de radio y televisión, notas periodísticas, y conferencias en distintas universidades del país y de Europa, lo convirtieron en un divulgador agudo y creativo de esta corriente filosófico espiritual. Desde mediados de los años 50´ se radicó en California junto con Eleanor, su primera esposa. Era el momento en el que los poetas de la Generación Beat infundían de sabiduría budista sus escritos. Jack Kerouac, Gary Snyder, Allen Ginsberg y tantos otros, descubrían en Oriente la medicina necesaria para una sociedad agobiada por el materialismo y la mecanización de la existencia. Watts no iba sino a amplificar muchas de esas búsquedas, convirtiéndose en una fuente de inspiración para los jóvenes baby boomers. Para muchos, la figura de Watts encarnaba la del gurú tramposo, imbuido de sabiduría pícara. Él prefería verse a sí mismo como un «animador espiritual». Su vida, alternada entre la bohemia del bote Vallejo en Sausalito, San Francisco, y el retiro compartido en la comunidad de Druid Heights, condado de Marin, contribuirían a pulir el perfil de un personaje tan magnético como polifacético. Murió joven, con tan solo 58 años. Fue cremado por monjes budistas y parte de sus cenizas enterradas en un monasterio Soto Zen.
La obra de Watts se desarrolla en el contexto de una época signada por la emergencia de nuevos paradigmas y teorías psicológicas, las cuales enriquecieron sustancialmente la mirada sobre el ser humano. La psicología humanística, la psicoterapia Gestalt, la escuela de psicología analítica junguiana, y la psicología transpersonal, sustentaron sus contribuciones en una antropología que rescató la dimensión espiritual y religiosa de las personas, la cual había sido reprimida tanto por el positivismo cientificista como por escuelas de psicología profunda que negaban la vida espiritual al concebirla como sinónimo de inmadurez. Todas estas nuevas corrientes psicológicas se interesaron por las filosofías de Oriente, al punto tal de que dichas filosofías influyeron notablemente en sus modelos y postulados.
Los primeros grandes títulos publicados por Alan Watts vieron la luz a principios de los años 50´, cuando comenzó a tomar forma, lentamente, lo que en los sesenta eclosionaría como Movimiento para el Potencial Humano.
Es difícil comprender las ideas del filósofo inglés escindidas de todo este marco. De allí sus permanentes esfuerzos por integrar las cosmovisiones de Oriente y Occidente, encontrando no tanto en la religión, sino en la psicología occidental, un puente de diálogo con las tradiciones y sabidurías orientales.
En 1965, durante una visita a Japón, Watts pronunció una serie de conferencias conocidas como los «Seminarios japoneses». Estas son consideradas, por algunos orientalistas, como parte de las mejores introducciones disponibles al budismo escritas en lengua inglesa. Allí presentó sintéticamente los principios fundamentales de la tradición, embellecidos con historias y anécdotas que permiten acceder a una visión profunda de lo que para él constituía el budismo: un camino de liberación.
Para Alan Watts, el budismo expresa los fundamentos esenciales del hinduismo pasibles de ser exportados a otras culturas. En otras palabras, Watts consideraba que el budismo era hinduismo de exportación. Como gran reformador, el Buda buscaba «llegar a la esencia original para adaptarla a las necesidades de una determinada época» [i]
En dicho sentido, los siglos xx y xxi son en Occidente los tiempos de la masificación de las psicoterapias como alternativas posibles para lidiar con el sufrimiento de la vida. Esto constituía para Watts un poderoso punto de encuentro donde nuestros saberes pueden nutrirse de las enseñanzas budistas originales.
La afirmación budista respecto a que la vida entraña sufrimiento constituye para nuestro autor un modo alternativo de decir que debemos plantarle cara a aquello que nos duele. Un principio similar al del análisis o la psicoterapia, cuya premisa básica sugiere que no es dable sanar sino es abandonando la ignorancia que nos impide reconocer y atravesar nuestras heridas. Esto sugiere que el budismo supone un método para la transformación de la consciencia y de nuestra sensación de identidad. A los ojos de Watts, Buda fue el primer gran psicólogo de la historia.
En Psicoterapia del Este, Psicoterapia del Oeste, publicada en 1961 y una de sus mejores obras, Watts estableció una diferencia fundamental entre lo que él denominaba «cultura total» y lo que implica, por el contrario, una «crítica de la cultura». Identifica como ejemplos de «culturas totales» al hinduismo, al judaísmo y al islam. Todas ellas entrañan un corpus cohesionado de creencias, prácticas, costumbres y conocimientos científicos y técnicos difíciles de trasplantar a otros escenarios o geografías, sin que pierdan en el camino parte vital de su sabor original. Por el contrario, tradiciones como el budismo, el taoísmo, y ciertos aspectos del hinduismo (como el vedanta o el yoga), no son culturas, sino críticas de la cultura, en cuyo interior se desenvuelven. Esto emparenta al budismo con la psicoterapia, toda vez que apunta a cuestionar los condicionamientos que limitan nuestra percepción de la realidad, constituyendo un corsé que nos aprisiona.
Que para Watts el budismo suponga una crítica de la cultura no significa, sin embargo, que implique simplemente un punto de vista cultural diferente, sino uno que, al decir del orientalista Kaisa Puhakka, «desconstruye todos y cada uno de esos puntos de vista» [ii]. Todo lo cual supone la necesaria y aguda lectura del marco sociocultural en cuyo seno nuestra vida se desenvuelve, y que el budismo, como crítica de la cultura, posibilita.
Como vemos, la semejanza del budismo con las psicoterapias contemporáneas lejos está de reducirlo al mero nivel de una psicología práctica con raíces milenarias. En una carta enviada en agosto de 1950 a su amigo Stanley Jones, teólogo y misionero metodista en la India, Alan Watts fue enfático al rechazar la opinión, común entre muchos occidentales, según la cual el budismo constituiría una religión de «autoayuda» [iii]. Por el contrario, Watts adopta una comprensión más amplia del budismo, que agranda los horizontes de las psicoterapias occidentales al exponer las premisas culturales sobre las que están basadas.
Según Watts, las psicoterapias en Occidente han adolecido de una «leal oposición» a su propia cultura. Lo cual resulta para él lógico, toda vez que ellas mismas son emergentes de esa misma infraestructura cultural. En el primer capítulo de «Psicoterapia del Este y del Oeste», Watts nos dice:
[…] Toda vez que el terapeuta apoya a la sociedad, interpretará su trabajo como una adecuación del individuo, presionando sus impulsos inconscientes en pro de la respetabilidad social. Pero este tipo de <psicoterapia oficial> carece de integridad, convirtiéndose en obediente herramienta de ejércitos, burocracias, iglesias, corporaciones y otras instituciones (…). Por otro lado, el terapeuta que se interesa realmente por socorrer al individuo se ve obligado a formular algún tipo de crítica social. Esto no implica un compromiso directo con la revolución política; significa sólo que ha de auxiliar al individuo para que éste se libere de diversas formas de condicionamiento social lo cual incluye una liberación del mismo odio contra los condicionamientos: el odio no es más que un tipo de subordinación al objeto de su odio. Pero, desde este punto de vista, los síntomas y perturbaciones de que quiere aliviarse el paciente, y los factores inconscientes que alientan tras ellos, dejan de ser meramente psicológicos. Están arraigados en la estructura total de sus relaciones con las demás personas y, más específicamente, en las instituciones sociales que gobiernan dichas relaciones: las normas de comunicación empleadas por la cultura o el grupo. Estas incluyen convenciones linguisticas y jurídicas, éticas y estéticas, relativas al status, el rol y la identidad, así como la cosmología, filosofía y religión, puesto que este complejo social en su conjunto es quien brinda al individuo la concepción que éste tiene de sí mismo, su nivel de consciencia, su mismísima percepción de la existencia» [iv]
Según Alan Watts, todas las presuposiciones culturales son inicialmente sospechosas para el budismo, y en especial aquellas propias de la cultura en la que la práctica budista está inserta, siendo que son las que modelan el sentido que el practicante tiene de sí mismo y de la realidad. Del mismo modo, y siendo que la psicología y la psicoterapia en Occidente son emergentes de esa misma infraestructura sociocultural, la crítica cultural que el budismo propone es también una crítica de las mismas psicología y psicoterapia.
Frente a cierta opinión difundida que considera budismo y psicoterapia como alternativas reemplazables para sanar los padecimientos del «alma», o bien aquella otra que otorga al budismo el papel de herramienta auxiliar dentro del arsenal de técnicas psicoterapéuticas disponibles, Watts sugirió una relación asimétrica entre las dos, en cuyo caso el budismo sería el principio más abarcador, por extenderse más allá de la psicoterapia.
Salvo excepciones notables como el psicoanálisis posfreudiano, la analítica junguiana, o ciertas corrientes transpersonales y existencialistas, la psicoterapia occidental ha tendido a afirmar los valores y premisas básicos de su propia cultura, sin proponer un cuestionamiento a sus postulados de fondo. De esta manera, y tal como sugiere Kaisa Puhakka en su lectura de Watts, «su capacidad para aliviar el sufrimiento de los consultantes está obviamente limitada en la medida en que suscribe las mismas premisas culturales que estos».
El singular papel que Watts le otorga al budismo en este contexto, es el de posibilitar una crítica a las premisas limitantes con los que la psicología y la psicoterapia occidentales se conducen, y cuyo fin no es la cancelación de estas, sino por el contrario, la posibilidad de llevarlas a un nivel de mayor profundidad.
En la medida, por ejemplo, en que cesan los intentos de adaptar las técnicas meditativas budistas a la terapéutica occidental, con la consiguiente desfiguración de las primeras, se torna posible descubrir todo lo que el budismo tiene para ofrecernos.
[i] Alan Watts (1996) Budismo. Editor digital Titivillus, p.12.
[ii] Kaisa Puhakka (2012). “Buddhist Wisdom in the West: A Fifty-Year Perspective on the Contributions of Alan Watts”, incluido en Alan Watts—Here and Now. Contributions to psychology, philosophy, and religion. Editado por Peter J. Columbus & Donadrian L. Rice, State University of New York Press.
[iii] Joan Watts & Anne Watts (2017) The Collected Letters of Alan Watts. New World Library, California, p. 271.
[iv] Alan Watts (1973). Psicoterapia del Este y Psicoterapia del Oeste. Ed. Kairós, Barcelona, p.22.
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*La presente ponencia fue presentada originalmente en el marco de las Jornadas Budistas 2022 organizadas por la Universidad del Salvador (USAL), Buenos Aires, Argentina, que tuvieron lugar el 3 y 4 de noviembre de 2022. Agradecemos a Juan Manuel Otero Barrigón su autorización para reproducir el texto de la ponencia en nuestra plataforma digital, y al Dr. Federico Andino por su ayuda y cooperación.
Juan Manuel Otero Barrigón es licenciado en Psicología por la Universidad del Salvador. Profesor de la Cátedra «Psicología de la Religión» de la Facultad de Psicología & Psicopedagogía de USAL. Y coordinador de la Red de Estudios Religare – Psicología, Espiritualidad y Religión.