El sutra de Benarés: el mensaje inicial del budismo y el origen de sus primeros símbolos

NATIVIDAD SÁNCHEZ ORTEGA

Hace unos meses tuve ocasión de impartir una charla sobre el Sutra de Benarés. Inicié la actividad con una tanda de preguntas a los asistentes, para hacerme una idea de su nivel de conocimiento sobre el tema. La mayoría de las personas se definieron como interesados en el budismo desde hacía años, por lo que habían leído algunos libros, asistido a conferencias e incluso algunos practicaban meditación en uno u otro centro budista. Sin embargo, para mi sorpresa, sólo uno de treinta sabía a qué hacía referencia con exactitud este texto. Algunos más manejaban bastante bien la idea de las Cuatro Nobles Verdades, pero no la ubicaban en los textos ni en la vida del Buddha. En consecuencia, aunque muchos habían visto la expresión artística de este acontecimiento, no lo asociaban ni con un momento biográfico ni con una enseñanza específica, e interpretaban las imágenes como una representación general del maestro comunicando enseñanzas a los monjes. Me pareció interesante el proceso por el que nos familiarizamos con escenas presentadas en pinturas y relieves sin tratar de desvelar su simbolismo o sin la adecuada conexión con el corpus literario del que son reflejo.

Representación del primer sermón del Buddha en Benarés. Él aparece ya antropomorfo haciendo girar la rueda; dos venados a sus pies hacen alusión al nombre del parque y los cinco hombres con atuendo de monje representan a los cinco bikkhus. Foto obtenida en Wikipedia. Créditos: By Ismoon (talk) - Own work, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=46255589

Por este motivo me pareció apropiado desarrollar esta conexión y sintetizar en las páginas que siguen el Sutra de Benarés con su galería de imágenes simbólicas, omnipresentes en los espacios budistas y en incontables museos. La importancia de esta conexión es aún mayor si recordamos que durante los primeros siglos esta enseñanza se transmitió oralmente, por lo que el soporte artístico sería en realidad su primera codificación y un importantísimo refuerzo visual que acompañó a los primeros seguidores del budismo  y que luego, con la aparición del mahāyāna, se consolidó como una iconografía antropomorfa que, por centrarse en un sutra compartido por todas las tradiciones que fueron desarrollándose, acabó por convertirse en una imagen universalmente aceptada en todas las escuelas.

El objetivo de este pequeño ensayo es recoger las ideas esenciales del Sutra de Benarés para comprender el desarrollo artístico que lo acompañó en los primeros siglos de vida del budismo y que culminó con una transformación iconográfica en los albores de la era común, la cual estuvo estrechamente ligada a la aparición del mahāyāna. Por ese motivo, la iconografía antigua podría presentarse como la imagen y la estética del budismo primitivo.

Huella del Buddha con la rueda y el Triratna. Museo Nacional de la India, Nueva Delhi. Foto adquirida en la plataforma Bigstock.

El lugar, los oyentes, las imágenes

El Sutra de Benarés comienza indicándonos en qué lugar fue pronunciado y quién tuvo la oportunidad de escucharlo aquel día.

Así he oído: “En una ocasión, el Afortunado estaba residiendo en Benarés, en Isipatana, en el Parque de los Venados. Allí, el Afortunado se dirigió al grupo de los cinco bhikkhus”

Esto nos da un contexto geográfico que forma parte importante de las peregrinaciones tradicionales budistas, en el contexto de los lugares sacralizados por los hechos significativos de la biografía del maestro. Benarés—o Varanasi—es una ciudad ubicada actualmente en el estado de Uttar Pradesh, en India. Antes del Buddha ya se consideraba un emplazamiento sagrado de numerosas tradiciones espirituales indias y todavía hoy se mantiene como un punto clave entre los centros religiosos que jalonan el país. Se dice que el budismo nació allí, pues si bien el Despertar del Buddha se había producido antes y en otro lugar (Bodh-Gaya), el budismo como tal no nació hasta el momento en que el Buddha transmitió a otros las conclusiones a las que había llegado. La tradición ha sido muy precisa al señalarnos el emplazamiento exacto, pues Benarés es una ciudad de notables dimensiones; ese lugar fue Isipatana, en el Parque de los Venados, que hoy marca la famosa estupa Dhamekh. Este bello monumento data del siglo V, pero se alzó sobre las ruinas de uno anterior, levantado por el gran emperador Ashoka en el siglo III a.C. Ahora bien, ¿por qué estaba el Buddha en Isipatana? Al parecer, se dirigió allí porque sabía que encontraría a los primeros hombres capacitados para entender su mensaje.

Los cinco primeros oyentes

La presencia de las primeras personas que escucharon del Buddha las conclusiones a las que había llegado en su búsqueda de las causas del sufrimiento quedó intrínsecamente vinculada al sutra y tomarán forma muy pronto en el arte. El especial protagonismo de sus primeros oyentes se debe a varios motivos, pero uno de ellos es sin duda que configuran la semilla de la tercera joya: Bhikkhu Sangha (Comunidad de monjes). Ellos fueron los primeros en escuchar y poner en práctica el Dharma, también fueron los primeros en difundirlo después del maestro, ampliando su alcance, extendiendo la idea de movimiento que acompaña siempre a la idea del Dharma, que como vamos a ver se expresa simbólicamente como una rueda.

La rueda del Dharma sobre el Triratna y el trono vacío. Estupa de Sanchi, India. Ca. Siglo III-II a.C. Foto obtenida en Wikipedia. Créditos: By Photo Dharma from Sadao, Thailand - 057 Buddha represented by Dharmacakra, CC BY 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=58407164

En un sentido restringido, el Samgha remite a la comunidad monástica budista; al cerca del millón de monjes (bhikshus) y monjas (bhikshunis) que aproximadamente existen hoy en el mundo. Este es el sentido más común en los textos clásicos y el implícito en el budismo antiguo. Los monjes y monjas son quienes prolongan una cadena de transmisión que se remonta al Buddha. El Dharma nos llega a través del Samgha, la comunidad monástica que, en teoría, vive en concordancia con la enseñanza.

Todavía hoy conocemos la identidad de estos cinco hombres. El Buddha ya los conocía y de hecho habían sido parte importante de su vida durante la etapa ascética, cuando vivió junto al río Nerañjarā practicando austeridades muy extremas que, si bien le permitieron adquirir poderes asombrosos, también le llevaron al convencimiento de que no respondían a la esencia de sus preguntas, no le mostraban el porqué del sufrimiento. Tras comprender esto perdió todo interés en esta forma de vida, pero los compañeros que le habían seguido consideraron este cambio como una debilidad e incluso como una traición. Molestos con él, decidieron darle la espalda. ¿Quiénes eran? En primer lugar, estaba Kondañña, perteneciente a una familia brahmín oriunda de una ciudad llamada Donavatthu; según la tradición, fue el primero en alcanzar el estado de arahat. El segundo se llamaba Vappa y era hijo de un brahmín de la ciudad de origen del Buddha, Kapilavatthu. Le siguen Bhaddiya y Mahānāma, que son los menos conocido de los cinco, apenas tenemos información sobre ellos. Por último, Assaji, un hombre era muy cercano al Buddha dado que ya su padre había asistido a la presentación del joven príncipe recién nacido ofrecida por el rey Suddhodarna como uno de los ocho brahmanes invitados a leer el destino del niño.

Como he mencionado, al abandonar las austeridades extremas el Buddha se separó de ellos y siguió solo su recorrido hacia el Despertar bajo el árbol Bodhi. ¿Cómo volvió a retomar el contacto? Según la tradición, cuando tomó la decisión de compartir lo que había descubierto, pensó primero en sus antiguos maestros, pero estos ya habían fallecido, por lo que se acordó de sus cinco compañeros y consideró que podrían llegar a comprender la sutileza del Dharma. Con las capacidades que había adquirido supo que estaban en Isipatana y se dirigió hacia allí. En un primer momento, cuando le vieron llegar, los ascetas—que seguían disgustados con él—, pensaron en no dirigirle la palabra, aunque acordaron dejar que se sentara junto a ellos si lo deseaba. La bondadosa presencia de la compasiva sabiduría que se debía traslucir del rostro del Buddha debió ser suficiente para que los muros que habían alzado contra él se derrumbaran. En cuanto empezó a hablar, los cinco primeros bhikkhus escucharon el Dharma.

Pilar de Ashoka (recreación) en Utta Pradesh. India. Foto adquirida en la plataforma Bigstock.

Dharma (enseñanza)

El texto que conocemos popularmente como Sutra de Benarés se denomina en pali Dhammacakkappavattana Sutta, que literalmente significa “Discurso de la puesta en movimiento de la rueda del Dharma”. Implica dos grandes cuestiones: el comienzo de un proceso dinámico y las enseñanzas transmitidas. Empezaremos por ellas. El término Dharma, procedente del sánscrito, sintetiza la sabiduría transmitida por el Buddha, pero está presente en el conjunto de tradiciones espirituales indias y se remonta a la tradición védica, muy conectada con los conceptos de armonía cósmica que rigen el universo. En el caso del budismo, se retomará esta palabra para designar el conjunto de sus enseñanzas en tanto que a través de ella la persona descubre la coherencia cósmica.

La palabra Dharma designa habitualmente en el budismo la enseñanza del Buddha y la vía para alcanzar el Despertar: “La verdadera doctrina [saddharma] es la que disipa el sufrimiento y todo oscurecimiento” Aquí se trata de la segunda de las tres joyas del refugio.”

El Dharma hace alusión al conjunto de los principios que defiende el budismo, pero también a su puesta en práctica, ya que se entiende más como un camino o sendero que como un dogma intelectual. El hecho mismo de que el símbolo elegido para representarlo de manera gráfica sea una rueda nos muestra esta importante alusión al movimiento, al caminar conforme a estas ideas, a experimentar estas enseñanzas. A esta imagen se la denomina Dharma Chakra (dhammacakka) y en sus usos originales parece fundir la idea del Buddha con la de su enseñanza. Como símbolo, es uno de los más antiguos, presente en el arte budista desde sus inicios, mucho antes de que se aceptara la figura antropomorfa del maestro. La alusión a su persona se deduce de las connotaciones que tenía la rueda en la tradición india, donde era asociada a un gran soberano que hacía girar la rueda, el chakravartin (“el que hace girar la rueda”). La asociación de la rueda con otras imágenes de connotación regia como la sombrilla, las piedras preciosas o gemas, y, sobre todo, el león, confirman esta identificación de la rueda con el arquetipo de monarca espiritual. Asimismo, debemos tener en cuenta que el arte budista más antiguo que nos ha llegado está muy asociado al emperador Ashoka, quien contribuyó a la difusión de estos símbolos por toda la India gracias a la construcción de numerosas estupas; estas fueron el primer gran libro de piedra que consignó una tradición eminentemente literaria de grupos humanos decididos a mantener una vida errante, sin sedes estables todavía por mucho tiempo.

Buddhapana. Procedente de Amaravati (sudeste de la India). Siglo I. Museo Británico.

Debemos tener muy presente que el arte religioso en general, y el oriental en particular, no nació con la intención de “adornar” estéticamente los espacios sagrados, aunque cumpla también esta función. El arte, como imagen, está impregnado de una fuerte connotación mágica que hace que dichas imágenes se perciban cargadas de un intenso poder. Las implicaciones filosóficas que acompañan al parinibbana imposibilitaban hacer presente al Buddha como imagen. Por ello, en los primeros siglos se optaba por alusiones indirectas, como por ejemplo las huellas de sus pies (buddhapada), en las cuales se incluía la rueda del Dharma y con frecuencia también el Triratna, para aludir a las Tres Joyas.

Huella de Buddha con la rueda del Dharma. Stupa de Sanchi, Madhya Pradesh. India. Fuente: Bigstock.

La rueda se representó de varias maneras, las más frecuentes son con el aspecto de una flor envuelta por un círculo, como una rueda de numerosos radios y como una rueda de ocho radios (en alusión al Noble Óctuple Sendero).

Posteriormente, las aportaciones del mahāyāna contribuirán al desarrollo de un nuevo arte budista donde la aparición de la imagen del fundador ampliará las posibilidades narrativas de las composiciones artísticas y se establecerá la escena arquetípica del Sermón de Benarés.

De la confluencia del arte griego y de las ideas del mahāyāna nació uno de los artes búdicos más notables (…) El Buddha aparece aquí por primera vez representado en forma humana y no simbólicamente, por medio de un trono vacío o de huellas de pies, como hasta entonces había hecho el arte indio más antiguo. (…) Este arte, cuya producción se extiende de principios del siglo II a finales del siglo V, tuvo una gran influencia sobre las artes búdicas ulteriores, especialmente sobre las de Asia Central (Ruta de la Seda).

A partir de ese momento, la imagen del Despierto hace acto de presencia en los espacios budistas para acompañar a sus seguidores en la práctica del Dharma. El budismo antiguo no tardó en dejar atrás su resistencia a este cambio e incorporó pronto estas novedades a su discurso plástico. Más o menos en la misma época se había puesto por escrito el canon pali, con lo que texto e imagen venían a reforzar la transmisión de las enseñanzas.

Conclusiones

Todas las tradiciones espirituales han acompañado sus ideas y su historia de un conjunto de imágenes simbólicas que ejercen una extraordinaria influencia sobre sus seguidores. A pesar de las reticencias del budismo primitivo a representar la imagen antropomorfa del Buddha, se hizo necesario muy pronto acompañar la transmisión de las enseñanzas con un apoyo visual que ilustrase y reforzarse el trabajo interior de los monjes. Dado que en sus primeros siglos los budistas llevaron una vida errante, las estupas, como depositarias de las reliquias y también como marcas de los lugares sagrados en los que vivió el maestro fundador, fueron el escenario pétreo del imaginario del Dharma. Seguramente hubo otras muchas formas de expresión artística en materiales perecederos como la madera, pero no nos han llegado. La tradición oral carece del soporte gráfico de un libro, en el que viven las imágenes; el budismo primitivo recurrió al arte para reforzar la enseñanza que los monjes en peregrinación daban a las personas que encontraban junto a las estupas o bien a jóvenes aspirantes a la sabiduría del Buddha en sus primeros acercamientos al Dharma. En este escenario artístico que tiende a una abstracción sacralizada de imágenes en parte heredadas del pasado espiritual indio, como la rueda, pero reforzadas por el nuevo lenguaje derivado a partir del Sermón de Benarés, el mensaje del príncipe de Kapilavatthu inició su patrimonio cultural y nos legó, a los buscadores modernos, la huella de su pensamiento primitivo.

Bibliografía

Ñānamoli, B. (2019). La vida del Buddha según las fuentes del Canon Pali. Sabadell: Dipankara.

Cornu, P. (2004). Diccionario Akal de Budismo. (F. L. Martín, Trad.) Madrid: Akal.

Pániker, A. (2018). Las Tres Joyas: el Buddha, su enseñanza y la comunidad. Barcelona: Kairón.

Rivière, J. M. (1958). El arte y la estética del budismo. Ciudad de México: Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.

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Naty Sánchez Ortega es licenciada en Historia, máster en Egiptología por la UAB, fundadora y directora de la Academia Humanista Idearte y escritora. (https://www.academiaidearte.com/)

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