Un pequeño y bello milagro
Sister Ocean
Mi primer retiro de meditación tuvo lugar en 2004, en Ladakh, en el norte de la India, en el extremo occidental del Himalaya. Nuestra sala de meditación era una tienda de campaña del ejército y nuestro grupo internacional de participantes dormía en cabañas construidas con ladrillos de adobe secados al sol. Aunque estábamos en una zona donde predomina la práctica vajrayana, la nuestra era theravada, así que pasábamos la mayor parte del tiempo en silencio, siguiendo nuestra respiración sentados o caminando lentamente sobre la tierra seca y desnuda. Y siempre acabábamos con metta, la meditación sobre el amor benevolente. Esta fue mi mayor revelación, que se podía meditar ofreciendo amor benevolente a nosotros mismos, a nuestros seres queridos, a personas por quienes nuestros sentimientos son neutrales y, por último, a quienes nos resultan difíciles. Muy pronto, la práctica metta se convirtió en mi momento preferido del día hasta que, durante la última jornada, en el último segmento, fuimos guiados para ofrecer metta a una serie de personajes públicos, incluido el entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush.
Sentí un escalofrío recorrer la sala. No había ni un solo estadounidense en el retiro en el Himalaya y, sin embargo, había gente con opiniones muy duras sobre este presidente que, en aquel momento, estaba haciendo campaña para ser reelegido en plena guerra de Iraq. Mi primer pensamiento fue: «¡No merece nuestro amor ni nuestra bondad! ¡Mira todo el daño que está causando!». Por supuesto, guardé silencio, dándole vueltas a aquella ridícula práctica. Poco a poco, mis pensamientos cambiaron. Recordé la enseñanza de que todo el mundo va en busca de la felicidad aunque, a menudo, con poca habilidad. Y, después de una semana ofreciendo metta a personas que me resultaban algo molestas, comprendí que cuando alguien es realmente feliz, está en paz, y no necesita emprender guerras ni ir soltando epítetos. Desear metta es, en realidad, la cosa más cuerda que puede hacer cualquiera de nosotros por sus enemigos. Después de aquello me di cuenta de que, incluso yo, que en aquel momento me identificaba con la extrema izquierda del espectro político, podía abrir un espacio para cuidar de George W. Bush, firmemente asentado en la derecha. Ese día aprendí que el metta puede obrar milagros.
El metta es la novena de las diez paramis o cualidades trascendentes del ser que ha despertado. El metta, que se traduce a menudo como amor benevolente, también puede definirse como buena voluntad, cordialidad o no aversión. Cuando un grupo de monjes se va al bosque a meditar y los molestan los espíritus de la zona, el Buda les enseñó a practicar metta contemplándolo del siguiente modo: «Que todo el mundo sea feliz y esté bien, y que sus corazones se llenen de gozo…Igual que una madre ama y protege a su único hijo arriesgando su propia vida, nosotros también debemos cultivar el amor sin barreras para ofrecérselo a todos los seres vivos del cosmos. Que nuestro amor sin fronteras se difunda por todo el universo, arriba, abajo y a través.De pie o caminando, sentados o tumbados, mientras estemos despiertos deberíamos mantener esta conciencia plena del amor en nuestro corazón.Es la forma más noble de vivir.» (Thich Nhat Hanh, 2007, 11).
Se dice que los espíritus se calmaron y se unieron a la meditación y que los monjes pudieron practicar en paz en el bosque. Aunque esto pueda sonar ingenuo para la mente científica y moderna, hay una verdad más honda que se puede extraer de esta enseñanza. Cultivar este amor conlleva seguridad, porque el amor llena los espacios donde normalmente residen las preocupaciones y el nerviosismo. Del no miedo surge una gran tranquilidad que es la base de la libertad, e incluye liberarse de puntos de vista falsos. Nuestros puntos de vista falsos generan mucho daño, de modo que reducirlos es una protección. Aún más importante, practicar metta es una forma potente de experimentar lo que mi maestro, el venerable Thich Nhat Hanh denomina interser, la experiencia de vacío, de no ser un ser separado, de la naturaleza del Buda. Anclados en nuestra naturaleza del Buda somos estables y menos propensos de resultar dañados por faltas de respeto y agresiones. Seguiremos experimentando dolor, pero no hace falta sufrir. De hecho, sumergirnos en nuestra naturaleza del Buda es una gran protección. Estas son solo algunas bendiciones de la parami metta.
Entonces, ¿por qué dejar para el final de la parami una práctica tan potente y gozosa? Porque el metta tampoco es la panacea. Cuando nuestros corazones están duros y cerrados, practicar metta puede resultar algo intelectual y seco, que nos proporcione más amargura que amor. Si estamos llenos de culpa y vergüenza y no hemos experimentado el amor incondicional, metta puede reforzar la sensación de no ser dignos. Si somos arrogantes, metta puede generarnos más orgullo, con pensamientos como: «¿A qué soy buena persona por enviar amor a las personas que sufren? ¡Gracias a dios que soy mejor que ellos!».
Por eso cultivamos la generosidad (dana) y la moral (sila) muy al principio del desarrollo de las parami, para conocer de verdad nuestra bondad innata. La renuncia (nekkhama), la paciencia (khanti) y la verdad (sacca) pueden atravesar el orgullo y la sensación de ser un ser aparte. La sabiduría (panna), la energía (viriya) y la resolución (adhitthana) pueden prepararnos para ir más allá de la duda y de nuestras percepciones falsas sobre quien merece amor y quién no, y ponernos en contacto con la realidad de las cosas como son. Con una idea sana sobre nuestra propia valía equilibrada por el conocimiento del no-yo/interdependencia, es más probable que la meditación sobre la buena voluntad dé fruto. Mientras que el metta puede practicarse en solitario, si ves que caes en cualquiera de las trampas que hemos mencionado, es mejor centrarse en la octava parami.
Si acabas de empezar y quieres probar, empieza por el elemento más básico. Piensa con la mente y el corazón en alguien a quien te resulte fácil querer, un abuelo, un niño o, incluso, una mascota. Aférrate a cualquier pensamiento que te llene el pecho de una sensación de calor para recordar qué sensación provoca el amor incondicional. Solo cuando somos capaces de sentir con fluidez la calidez y la bondad, somos capaces de dirigir ese cariño hacia personas a las que nos cuesta querer. Para muchas personas, lo más difícil es ser bondadosas consigo mismas. Por suerte, lo que importa es la práctica, no la calidad. Metta no es otra cosa que añadir a la lista de lo que «deberíamos hacer» o algo por lo que castigarnos si «no nos sale». Solo tenemos que practicar metta para librarnos del miedo y los malos sentimientos. Es como el jazz, es mejor cuando se improvisa, algo que se disfruta por sí mismo. Como dijo el poeta persa del siglo xiv Hafez de Shiraz (1325-1389):
En el idioma de la Luna
Admite una cosa:
a todo aquel que ves, le dices: «Quiéreme».
Por supuesto que no lo haces en voz alta, de lo contrario, alguien llamaría a los guardias.
Sin embargo, piénsalo, piensa en esa necesidad de conectar.
¿Por qué no convertirnos en aquel que vive con una luna llena en cada ojo?
¿Que siempre dice,
en el dulce idioma de la Luna,
lo que todos los demás ojos del mundo mueren por oír?
(A partir de la traducción al inglés de Ladinsky 2002, 175)
Con otras elecciones estadounidenses acercándose a gran velocidad, unas que muchas personas de todo el mundo observan, con algo de miedo, recuerda que la meditación metta tal vez no cambie el resultado, pero puede cambiar tu experiencia. Y cuando sucede el cambio interno, se hace posible el cambio externo. ¿Por qué no mandas amor benevolente a los candidatos, a los votantes estadounidenses y a todos aquellos afectados por las políticas de Estados Unidos esta semana? Cuando aparezca un nuevo reportaje sobre la crisis en Siria y pienses que no puedes hacer nada, envía metta, no en lugar de hacer algo, sino para transformar tu miedo y para estar preparado para lo que puedas hacer por nuestro complicado, doloroso y bello mundo. Y debes saber que el hecho de que haya una persona menos viviendo con miedo es, en sí mismo, en pequeño y bello milagro.
Para más prácticas sobre el amor, consulta Teachings on Love, de Thich Nhat Hanh.