Temor a adoctrinar
BASILI LLORCA
El budismo no parece interesar demasiado a los jóvenes, si juzgamos por su poca participación en los centros budistas españoles. En general, la gran mayoría de practicantes y usuarios de los centros de las diferentes tradiciones, son personas de mediana edad o mayores—sobre todo, mujeres—pero muy pocos jóvenes. Este hecho no parece prometedor para una definitiva incorporación del budismo a nuestra cultura, sobre todo de cara al futuro y a su preservación. Es relevante, pues, conocer las causas para poner remedio y facilitar el interés y participación de gente más joven en el budismo.
Las causas
Es normal, o frecuente, que los niños y los jóvenes sean extrovertidos y activos en busca de experiencias, y por tanto poco proclives, salvo algunos, a plantearse cuestiones existenciales o espirituales. Su preocupación se centra en ser reconocidos y aceptados, en conseguir satisfacer sus deseos más inmediatos. Y la cultura imperante en la mayoría de sociedades occidentales actuales, predominantemente materialista y consumista, no valora ni favorece cuestiones existenciales sobre el sentido de la vida o la muerte, o sobre la causa de la insatisfacción y el origen del sufrimiento, preguntas nucleares del dharma. Además, la intrusión constante de las redes sociales en la vida de los jóvenes—y no tan jóvenes–captando toda su atención, alimentando la hiperactividad mental y reforzando la dependencia de lo superficial, son un serio obstáculo a una vida consciente, introspectiva y profunda.
Además, en España—el caso que tratamos—prácticamente ni siquiera se enseña la filosofía budista en escuelas o centros educativos. Y si nos centramos en la comunidad budista, hasta ahora carece de la necesaria masa crítica de budistas y de los recursos necesarios para poder organizar una formación en budismo dirigida a niños y jóvenes. Los centros budistas aún no la ofrecen, lo cual supone, a mi entender, un serio problema para la continuidad de la transmisión del dharma a las nuevas generaciones.
Aunque van surgiendo iniciativas y proyectos que pretenden sistematizar una educación basada en los valores del dharma, aún se está lejos de poder ofrecer una formación estructurada en budismo para los más jóvenes. Una formación gradual, acorde con edades, en un lenguaje adecuado, actual y lo más atractiva posible.
La transmisión
Si nos centramos en las familias de budistas, a juzgar por la poca presencia de sus hijos en centros y actividades de dharma, no parece que hayan transmitido su visión y práctica a los hijos. En general, los descendientes de las primeras familias de budistas españoles—en cuarenta y cinco años de budismo en España—salvo contadas excepciones, no muestran interés por la práctica del budismo. Algunos han recibido nombres budistas de sus padres—costumbre en el budismo tibetano—pero sin que eso tenga más implicación. Diría que muchos jóvenes ven al budismo con simpatía, algunos han incorporado aspectos de la moralidad budista inculcados por sus padres—no matar insectos, robar o hacer daño…— otros realizan alguna práctica, como recitar mantras. Pero serán muy pocos los que se consideren budistas y practiquen de forma regular o sistemática el estudio y la meditación.
Un budista con refugio en las Tres Joyas, ve el Dharma como una fuente segura de sentido y dirección en la vida, como lo que realmente protege del sufrimiento y desvela nuestro potencial. Es natural, pues, que los padres budistas tengan el máximo interés en educar a sus hijos, por su propio bien, no solo en ciertos valores, sino en la práctica de la meditación y el dharma al completo. Para un practicante de dharma, es el mejor patrimonio que pueda ofrecer a sus hijos. Estoy convencido de que esos padres estarían encantados de que sus hijos fuesen budistas. Entonces, ¿qué ha pasado? ¿porqué los hijos no practican?
Conviene no perder de vista que, siendo las primeras generaciones de budistas, esos padres no lo han tenido nada fácil para integrar la práctica en sus vidas. Compaginarla con el trabajo y el cuidado y educación de sus hijos, en una situación muchas veces poco o nada favorable, con influencias contrarias —muy especialmente para sus hijos—ha hecho difícil esa transmisión. Además, los mismos padres han tenido que improvisar e ir aprendiendo solos, al no tener modelos de practicantes de su propia cultura a los que referirse. Y sin el apoyo de una comunidad budista establecida.
El mito de la libertad de elección
Con la perspectiva de cuarenta y cinco años, y como amigo de muchos de esos primeros budistas españoles con hijos, he podido observar algo que ha influido de modo relevante, y que conviene tener en cuenta si se quiere facilitar la formación en budismo de los jóvenes.
Tiene que ver con una idea errónea de la libertad, muy extendida en nuestra cultura, que considera que podemos ser libres y escoger nuestras vidas e intereses. En realidad, y como explica el dharma, es el karma, es decir, predisposiciones y tendencias, y los condicionantes externos e internos, lo que determina nuestras vidas y experiencias. Es el condicionamiento samsárico del que buscamos liberarnos.
Basados en esa idea, aunque quizá no conscientemente, algunos padres han considerado, seguro que con buena intención, que no debían «adoctrinar», o condicionar a sus hijos a ser budistas. Dejarles libertad para que ellos mismos eligieran de adultos, en función de sus inclinaciones, si practicar el budismo u otra forma de dharma. Y que, en todo caso, lo importante era dar ejemplo. Lo cual se ha mostrado a posteriori necesario, pero no suficiente.
En esa actitud seguramente ha influido el rechazo, instalado en muchas personas, a una religión institucionalizada y obligatoria, cuyo adoctrinamiento sufrieron varias generaciones tras la posguerra española, y que llevó a muchos a rechazar todo lo que huela a religión, sobre todo a cualquier forma de catequesis o adoctrinamiento.
Lo anterior, unido a dificultades prácticas, como no disponer de suficientes niños para organizar actividades, y una comunidad budista poco numerosa y organizada, no ha facilitado educar a los hijos en la práctica del budismo y la meditación. Necesitamos aprender de todo ello. Y especialmente entender que esa idea de dejar que elijan libremente su religión, sin instruirles adecuadamente sobre el budismo, es totalmente naif, cuando no inconsecuente. Solo sería posible en una situación ideal, en la que niños y adolescentes tuvieran buenos conocimientos sobre las diferentes visiones espirituales o religiones, con raciocinio e inteligencia para poder discriminar con acierto, y además vivieran en un medio libre de otras influencias negativas.
En la práctica, si tu no educas a tus hijos en la visión y valores del dharma, será la sociedad y cultura dominantes, los amigos, las redes sociales y demás influencias, invasivas y constantes, los que los educarán. No existe una educación neutral. Esa es la verdad. Y esas influencias y sus medios son cada vez más acaparadores. Los propios padres se percatan de lo indefensos que están ante su fuerza, contra la que tienen que mantener una lucha constante para dirigir la educación de sus hijos.
Budismo para niños
Hoy, la mayoría de niños, además de la escuela, dedican tiempo y energía a actividades extraescolares, seguramente útiles, siempre que no les sobrecarguen. Pero la educación no puede ser una mera preparación para el trabajo y la vida social activa. Debería incluir aquello que, como budistas, sabemos que realmente ayuda a ser verdaderamente libres y auténticamente felices. Y si nos preocupa especialmente la libertad de nuestros vástagos, no hay modo mejor que enseñar el camino a la genuina libertad —esencia del budismo—y que incluye la libertad interior, descuidada por los sistemas educativos oficiales.
Eso no es, de ningún modo, adoctrinarles. Sino mostrarles con tolerancia y apertura a otras visiones —como no puede ser de otra forma—la esencia y relevancia para su vida de las enseñanzas del Buda, en un modo adecuado a su edad y carácter. Luego, obviamente, dependerá de ellos, y de su karma. Y cuando sean adultos decidirán por si mismos ser o no budistas u otra cosa; pero con una base de conocimiento sobre su visión y experiencia de lo que significa serlo.
Formarse en budismo desde niños es una gran fortuna, que pueden apreciar sobre todo los que han conocido el Dharma ya de mayores. Además del beneficio personal y en la comunidad budista, ayudará a asentar una base sólida para el definitivo arraigo del budismo en nuestra sociedad. Para hacerlo posible, habría que preparar programas educativos específicos, adecuados a las condiciones presentes y atractivos para los jóvenes. En ese sentido, podría ser útil conocer las experiencias y la metodología que aplican países de cultura budista con sociedades modernas como Singapur, Taiwán, Corea o Hong Kong.
En todo caso, es importante que padres y centros budistas tomen consciencia de la importancia de formar a las nuevas generaciones de niños y jóvenes en el dharma. Que colaboren con otros budistas para crear las condiciones y proyectos que lo hagan posible. En particular, las entidades budistas no deberían descuidar este aspecto relevante de la transmisión, y ayudar a los padres en una tarea muy difícil, especialmente si tienen que hacerlo solos frente a una sociedad materialista que valora y cultiva los dharmas mundanos.
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Basili Llorca (Alcoi, 1952) se inició en el budismo en 1978, formándose como monje budista, durante catorce años, en Monasterios de Nepal, India y Francia con enseñanzas y transmisiones de SS el Dalai Lama, Lama Thubten Yeshe, Kyabje Zopa Rimpoche, Ken Gueshe Tekchog, Tarab Tulku y Chögyal Namkhai Norbu, entre otros maestros de diferentes escuelas tibetanas. Enseña filosofía y práctica del budismo desde hace más de veinticinco años en diferentes centros. Es Presidente fundador de Dharmadhatu y de la Asociación Educación Universal. Participó en la creación y dirección de centros de la FMT. Fue Vicepresidente de la Casa del Tíbet de Barcelona y Vicepresidente fundador de la CCEB. Es Máster en Métodos para el Crecimiento Personal.