Resistir, comer y vivir

JOSÉ FONSECA 
Traducido por Fina Iñiguez Abad *

Si hay un imperativo ético en el budismo es, sobre todo, la vida. ¿Cómo vivir? El otro día, durante un retiro zen en la Montaña Gran Buda, en Viamão**, estudiábamos un famoso texto del s. XIII titulado Instrucciones al Cocinero (Tenzo Kyokun), del maestro Dogen. Este nos recuerda que comer es la actividad básica para sostener nuestra vida. No podemos vivir sin comer. Esto no es diferente para los practicantes budistas. El Buda dijo que solo se mantiene vivo quien se alimenta y que perdemos nuestra vida si no comemos. «Comiendo mantenemos nuestra vida, aumentamos nuestra fuerza, tenemos una apariencia más saludable, superamos la angustia y acabamos con el hambre y el debilitamiento.» En esencia, comer es existir y también es resistir.

Ilustración de Fabiones Perez

Una historia del monje budista tailandés Ajaan Suwat Suvaco cuenta que, durante un retiro, un principiante dijo: «Esta religión sería genial si tuviera un Dios, pues eso da sentido a la práctica cuando las cosas salen mal». Y el monje dijo: «Si hubiera un Dios capaz de hacer que todos los seres se sacien con la comida que yo como, yo me postraría ante él. Pero hasta hoy no he encontrado a nadie con esa capacidad.» «Si todos somos uno, nuestros estómagos deberían estar interconectados», comentó alguien. Uno comiendo, todos serían alimentados. Pero a menudo, en el proceso de alimentación, un ser termina en el estómago del otro.

La comida fue, en la mayor parte de la historia de la humanidad, un bien escaso. La comida, hoy en día, si se produce con hormonas y agrotóxicos, a menudo no alimenta. Cuando se prepara industrialmente para inducir gula, perjudica la salud, principalmente de las poblaciones más pobres y vulnerables. Solo en Brasil, de sus más de 210 millones de habitantes, 33 millones – cerca del 15% de la población – están en situación de hambruna. Así, para la legión de hambrientos, comer se convierte en el mayor acto de resistencia. La pregunta es: ¿comer qué? ¿Y comer cómo?

Fuente de la imagen: Pinterest

Buda en una hoja de lechuga

En su texto escrito en el año 1237, cuando la población mundial giraba en torno a 400 millones y la de Japón bordeaba los 6 millones, el maestro Dogen nos aconsejó reflexionar acerca de lo que podría haber sido nuestra vida si hubiéramos nacido en uno de los reinos del infierno, o si fuéramos (en pálida traducción de los términos sánscritos que representan los diferentes lugares o las diversas formas de renacimiento de los seres humanos) un espíritu insaciable, un animal rastrero o un demonio. «Qué difícil sería nuestra vida», reflexiona, «si viviéramos en una de esas circunstancias. Seríamos incapaces de practicar el dharma con el apoyo de la comunidad, incluso si quisiéramos. Sin poder preparar comidas con nuestras propias manos y ofrecerlas a los Tres Tesoros, nuestros cuerpos-mentes estarían sujetos a las aflicciones y limitaciones de esos mundos y obligados a soportar una carga muy pesada.»

Hoy, sin embargo, millones de seres humanos no tienen qué comer. Y quienes tienen, si quieren experimentar la enseñanza de Dogen, no deben lamentarse de la cantidad o de la calidad, sino tratar esa comida con el mayor respeto. Además, «es esencial aclarar nuestra vida y armonizarla con la práctica, sin perder de vista ni lo absoluto ni lo relativo. Utiliza incluso una simple hoja de lechuga para que ella manifieste el cuerpo de Buda. Esto permite al Buda manifestarse a través de esa hoja. Es un poder que no se puede entender con la mente racional, pero que opera en nuestras vidas para aclarar y profundizar nuestras actividades y hacerlas beneficiosas para todos los seres.»

En varias partes del mundo, hay pueblos originarios que aún demuestran ese tipo de sensibilidad en prácticas alimentarias, en los diferentes rituales de agradecimiento o solicitudes de permiso para ingerir alimentos cazados o recolectados. Hay casos de primeros contactos de los miembros de esa gente con la cultura occidental en la cual el individuo es simplemente incapaz de entender nuestra insensatez. Por ejemplo, al ver gente hambrienta al lado de inmensos depósitos de alimentos en mercados públicos, se preguntan: «¿Por qué no usan lo que existe allí en tal abundancia para mantener sus vidas?» Ese misterio de la sociedad capitalista de consumo empaña la lógica cristalina de que, para ser realmente saludables, es fundamental que todos los seres también lo sean.

La gran cuestión de tener que comer otras formas de vida para sostener la nuestra, resuelta naturalmente en una colectividad saludable, se asemeja a una película de terror, cuando vemos el método cruel y codicioso de criar animales para el sacrificio en nuestra sociedad de consumo. El USDA, Departamento de Agricultura de Estados Unidos, proyectó un rebaño bovino brasileño de 275 millones de cabezas en 2022. Según informaciones de la web de Suinocultura Industrial, Brasil abatió 13,04 millones de cerdos solo en el segundo trimestre de 2021 para el mercado mundial de carnes. La Agencia Brasil informó que, en ese mismo año, el sacrificio de pollo en territorio nacional alcanzó la monumental cifra de 6,18 mil millones de cabezas—29 pollos para cada brasileño.

Foto: «Cerrado Sunrise» o «Amanecer en Cerrado» del brasileño Márcio Cabral, ganador del concurso Jardines del Año 2028 (IGPOTY, por su sigla en inglés).

El coste de mover los engranajes de tal sistema económico es la aniquilación del planeta. Se desvanece la biodiversidad. Los ríos se convierten en depósitos de residuos de hormonas, mercurio, antibióticos (…). La Amazonia, deforestada y quemada, se transforma en pastos inmensos; el cerrado ***, en campos de soja; la tierra fértil, en monocultivo de cereales — todo para alimentar una industria de alimentos que, paradójicamente, produce hambre y muerte.

La pesca predatoria e ilegal también es un factor de desequilibrio que pone en riesgo innumerables especies, incluyendo la especie humana. El asesinato, en junio de este año, del periodista Dom Phillips y del indigenista Bruno Araújo está relacionado con invasiones sucesivas de la tierra indígena del valle de Javari, en el estado de Amazonas. El agua de los muchos ríos de ese territorio, con la gran diversidad de peces que constituían la seguridad alimentaria de sus poblaciones, va siendo paulatinamente envenenada. Ahora, la presencia de mineros, madereros, pescadores y traficantes, con el beneplácito del gobierno federal, pone en riesgo la vida de las poblaciones locales, principalmente la vida de los pueblos indígenas.

Cabeza de buda incrustada en un árbol de Banyan, Ayutthaya, Tailandia. Foto: Dominic Trier (Unsplash)

¿Buda hacía dieta?

Puedo preguntarme, ¿cuál es el problema? Tengo la naturaleza de lo que muere. No hay como escapar de la muerte. Mis acciones de cuerpo, palabra y mente tienen consecuencias inevitables. Son el suelo en el que piso. En ese sentido, para el Buda, cómo comer se ha vuelto idéntico a cómo vivir. Lo que como y de qué manera tiene igual importancia. Él enseñó que el alimento obtenido y consumido correctamente es beneficioso para la salud de la mente y el cuerpo. Necesitamos honrar la vida de los animales, de las plantas y de los otros seres que ingerimos para mantenernos vivos, usándola de la mejor manera posible.

Pero, cuando tantos no tienen qué comer y muchos tienen comida en exceso, ¿qué hacer? ¿Cuál es la resistencia posible al hambre y a la desnutrición en una sociedad de consumo en la que la obesidad se convierte en problema de salud pública entre desnutridos? Los comerciantes del deseo saludan con imágenes de cuerpos perfectos, pociones mágicas, vitaminas y mil dietas. Aun sabiendo que todo es ilusorio, soy presa fácil de la propaganda cuando me descuido. Hay, felizmente, como buscar refugio en las Tres Joyas.

Un practicante comentó que mucha gente imagina al Buda gordo o escuálido y enfermo. De hecho, Siddharta Gautama, el Buda histórico, era bastante elegante por una razón simple, concluyó el practicante, él hacía dieta.

En cualquier caso, podemos aprender mucho de la dieta del Buda. Comía a ciertas horas del día y no comía nada después de esas horas. En las ocho reglas para practicantes laicos, el Buda pidió: «No coman por la noche o en horas impropias.» Para los monjes, explicó: «Monjes, yo no como por la noche. Puesto que evito comer por la noche, tengo buena salud, soy ligero, enérgico y vivo cómodamente. Eviten comer por la noche y ustedes también tendrán buena salud.»

Dogen Zenji profundizó las enseñanzas del Buda sobre la alimentación. Al escribir Tenzo Kyokun y Fushuku Hanpo, dio relatos concretos y detallados sobre lo que el cocinero zen, Tenzo, debe tener en mente, y a lo que debemos estar atentos cuando comemos.

En Fushuku Hanpo, enseñó a comer con gratitud, lo que es necesario para tener la mente y el cuerpo en buenas condiciones, así como que debemos estar atentos cuando comemos juntos.

En Tenzo Kyokun, consideró desde los cuidados necesarios para aprovechar al máximo los ingredientes hasta cómo prepararlos y almacenarlos. Por ejemplo, él aconsejó: «Al examinar el arroz, primero verifique si hay arena; al examinar la arena tamizada del arroz, verifique si hay arroz; al poner el arroz en remojo, no se aleje, vigile todo para no desperdiciar ni un solo grano.»

Generosidad como resistencia

Cocinar con estos cuidados puede llevarnos a reconocer la fuente de vida de los ingredientes y a un profundo sentimiento de gratitud. Y del reconocimiento profundo de la vida de las personas que están comiendo juntas nace un sentimiento de empatía.

En Fushuku Hanpo, el Maestro Dogen enseña buenos modales, o qué evitar a la hora de comer: «No haga ruido al masticar; no hable en voz alta; no trague la comida sin masticar; tape la boca si tiene que retirar algo entre los dientes; no balancee el cuerpo; no sostenga las rodillas; no coma agachado; no bostece o sorba haciendo ruido; no hable con comida en la boca…». Son cosas que, observadas, hacen brotar un sentimiento de gratitud por la vida que nos alimenta, por la vida de las personas que cocinan y traen el alimento hasta nosotros y por la vida de todas las personas que comen juntas. Son ejemplos que nos sorprenden, pues nos olvidamos fácilmente del manejo cuidadoso o del sentimiento de gratitud cuando tenemos comida abundante. Olvidamos cuán crucial para la vida es la actividad de comer; el profundo significado de recibir la vida de animales y plantas; y cómo todo esto se relaciona al cultivo de nuestro cuerpo-mente.

En el libro titulado Buddha’s Diet (Dieta de Buda), uno de los autores, el monje zen Dan Zigmond, actualiza las reglas del Buda sobre alimentación para los estilos de vida modernos, no necesariamente budistas. Dependiendo de cada persona, este tipo de consejos pueden ser vistos como enseñanzas budistas o propuestas de dieta. Surgen de la interacción entre la ciencia moderna y las enseñanzas del Buda, en un enfoque que puede ser visto como la práctica del camino medio. No es ayunar y no es vivir en completa abundancia. Sin embargo, el sentido de la resistencia es actuar para que todos los seres, entre ellos los humanos, tengan qué comer.

No faltan ejemplos de esa resistencia. Uno de ellos es el de Dionísia Machado, mujer pobre, residente de Vila Augusta, cerca del Centro de Estudos Budistas Bodhisattva-CEBB de Viamão, que alimenta gratuitamente a personas necesitadas desde hace muchos años en su Casa da Sopa. Allí, con un equipo voluntario, prepara y distribuye todo el alimento que le es donado. La resistencia, además de enfrentar las perversidades del sistema, puede tomar todas las formas de generosidad y bondad representadas en dana, la primera de las seis paramitas.

Como budistas, todos hacemos el voto para ayudar a aliviar el sufrimiento. Ayudar a todos a tener una relación más saludable con la comida es una manera de incluir la alimentación en la idea de práctica. Cuando sufrimos en nuestra relación con la comida y con nuestros cuerpos, debemos preguntarnos cómo se aplican las enseñanzas budistas a esta relación. Y podemos guiarnos por la práctica —y la dieta— del Buda.

NOTAS DE LA TRADUCCIÓN

* Este artículo se ha publicado originalmente en portugués en la Revista Bodisatva nº 34 (abril, 2023), a la que agradecemos por autorizarnos su traducción y publicación.

**Área rural a 30 km del centro de Porto Alegre, estado de Rio Grande do Sul, Brasil, donde se está construyendo el centro de práctica Vía Zen, según la tradición arquitectónica de la escuela Sōtō Zen.

***El Cerrado es considerado el segundo bioma más grande de América del Sur y es conocido también como sabana brasileña. Comprende cerca del 22% del territorio brasileño. Posee una de las formaciones vegetales con mayor biodiversidad y gran potencial acuífero, sin embargo, es considerado actualmente el segundo bioma más amenazado de Brasil.