Llevado por los tonos de sentir: Reflexiones sobre el aferramiento y el dejar ir

AYYA DHAMMADIPA

Uno de los rasgos definitorios de la experiencia humana es nuestra capacidad de reflexión sobre nuestro mundo interior. Podemos usar nuestras mentes para observar nuestras mentes, conociendo la actividad mental, las sensaciones corporales, la conciencia misma. Podemos reflexionar sobre el momento presente de la experiencia, y podemos usar la mente para considerar las experiencias del pasado.  Esto es algo que los animales no pueden hacer, por lo que vemos. Sin embargo, es algo que los humanos hacen todo el tiempo.

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Esta capacidad de reflexión es útil en el Camino de la práctica budista.  Por ejemplo, podemos usar nuestra capacidad de reflexión para aprender cómo funciona nuestra mente y cómo interactúa con nuestro cuerpo. Cuando observamos los patrones de la mente, tanto en términos de su contenido como de su proceso, se puede desarrollar la claridad y, con ella, un sentido de aceptación y libertad.

Sin embargo, desarrollar este tipo de claridad sobre la experiencia lleva algún tiempo. Sin práctica, en lugar de ver claramente cómo funciona la mente, generalmente nos dejamos llevar. Nos dejamos llevar por lo agradable o desagradable de la experiencia, y luego la percepción y la reacción son tan intensas que realmente no podemos ver como se desarrolla el proceso. Y cuando la mente es arrastrada por la experiencia, generalmente experimentamos aún más reacciones a la sensación de ser arrastrados.

Hace muchos años, cuando mi hija era muy pequeña, hubo un momento que me mostró lo fácil que es dejarse llevar por el tono de sentir de la experiencia, especialmente si el tono es negativo. Mi hija Kayla estaba cumpliendo tres años, y yo quería hacer una pequeña fiesta para ella y sus amigos. Pensé que sería divertido y fácil tener la fiesta en su guardería, donde todos sus amigas y amigos ya estarían reunidos. Así que salí del trabajo a la hora del almuerzo y fui a la heladería. Allí, compré una pequeña taza de helado para cada niño y una bolsa de espolvoreos de colores para compartir entre todos. Cuando llegué a la guardería, la maestra de preescolar ya había sentado a los niños en una mesa larga. Kayla estaba sentada en un extremo de la mesa, otros niños estaban sentados a ambos lados de la larga mesa rectangular, y en el extremo opuesto había un niño pequeño al que llamé «amigo de los abrazos». Kayla y este niño eran buenos amigos, y les gustaba abrazarse a menudo.

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De inmediato comencé a poner una taza de helado frente a cada niño, porque estaba empezando a derretirse. Sin embargo, cuando puse una taza frente al amigo de los abrazos, la maestra de preescolar se me acercó y me dijo: «Él no puede comerse eso. Es intolerante a la lactosa». Inmediatamente le quitó la taza de helado. Y el niño pequeño comenzó a llorar, realmente sollozando.

Era comprensible que estuviera molesto. Un minuto tenía una taza de helado, y luego al minuto siguiente no lo tenía. Estaba deseando el helado, a pesar de que lo hubiera hecho sentir se mal. Sentí lástima en ese momento, porque ni siquiera se me había ocurrido traer nada más que el helado. No tenía nada más que darle. Miré a la maestra y ella sugirió darle una galleta. «Las galletas son realmente grandes.  Así que por lo general no les damos a los niños una entera, pero, en este caso, vamos a dársela». Le dije «está bien», y ella rápidamente fue y regresó con una galleta. La maestra de preescolar puso la galleta grande frente al niño, pero él siguió llorando. Estaba realmente molesto y llorando muy fuerte. Yo no sabía qué hacer, y la maestra tampoco. En ese momento, los otros niños estaban comiendo su helado, y esto también parecía molestar al niño. La maestra me preguntó: «¿Dos galletas?» Me encogí de hombros. Estaba dispuesta a intentarlo, si eso significaba que el compañero de abrazos de Kayla dejaría de llorar. Una vez más, la maestra fue y regresó con una galleta grande. La dejó frente al niño. Y en ese momento, pude verlo considerando la situación. Miró las dos galletas. ¿Se comería las galletas? ¿Dejaría de llorar? Sí, en ese momento optó por dejar de llorar. El niñito eligió la bondad que estaba frente a él. Eligió comerse una galleta.

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¿Qué le pasó al niño? Estaba deseando el helado y se dejó llevar por el tono de sentir desagradable de perderlo, a pesar de que el helado habría sido perjudicial para él. A pesar de que su tono de sentir agradable sobre el helado era incorrecto (el helado no habría sido una experiencia agradable para su cuerpo), el tono de sentir desagradable de perder el helado era muy real y fuerte para él. Sin embargo, llegó un momento en que tuvo que decidir si estaba dispuesto a dejar ir lo desagradable. Llegó el momento en que el niño tuvo que decidir si estaba dispuesto a aceptar lo agradable de la galleta que estaba justo frente a él, a pesar de que no era lo que quería.

Reflexionando profundamente sobre nuestra experiencia vivida, comenzamos a observar los cinco agregados (khandha en pāli). Es decir, notamos que hay reacciones y respuestas, historias e intenciones que surgen en la mente. Se llaman formaciones mentales (saṅkhāra en pāli). Entonces podemos notar que esas formaciones mentales se basan en percepciones (saññā en pāli). Las percepciones son las etiquetas que ponemos a las cosas, la forma en que los objetos o pensamientos son identificados y categorizados por la mente. Observar las percepciones que subyacen a las formaciones mentales nos ayuda a entender que las reacciones que tenemos a nuestras experiencias están moldeadas por la forma en que hemos definido esas experiencias, las etiquetas que les ponemos.  E incluso antes de la actividad de la percepción en la mente, hay un sentido a nivel sutil de si la experiencia es básicamente agradable, desagradable, o neutral. Esto se llama el tono de sentir (vedana en pāli).  Es una parte muy primitiva de la experiencia mental, que normalmente surge antes de la identificación verbal. Se siente como un sentido de si una experiencia está bien o no. Investigando profundamente, podemos ver que estos tres aspectos de la experiencia mental surgen sobre la base del contacto (phassa en pāli). El contacto ocurre cuando hay la unión de tres cosas: un órgano sensorial como el ojo, un objeto sensorial como un libro, y una conciencia que puede atender a ese órgano sensorial. La conciencia es el aspecto conocedor de la mente (viññāṇa en pāli) y los órganos de los sentidos son parte de nuestra forma corporal (rūpa en pāli). Toda actividad mental ocurre cuando hay contacto con los órganos de los sentidos corporales o cuando hay contacto con la mente misma, como cuando observamos la presencia de un pensamiento. Por lo tanto, los cinco agregados pueden proporcionar un marco para comprender por qué pensamos de la manera en que lo hacemos, cómo surgen los diversos aspectos de nuestra experiencia mental.

El contacto ocurre todo el tiempo y eso significa que en cualquier momento puede revelar algo profundo sobre el funcionamiento de la mente. Por ejemplo, a veces tenemos una experiencia de contacto desagradable, tal vez alguien nos critica, o perdemos un trabajo, o un duelo por la muerte de un ser querido.  Cuando pasa esto si nos dejamos arrastrar por el tono de sentir desagradable, también somos arrastrados por una reacción emocional fuerte y negativa. A veces hay lágrimas, otras veces ira o depresión. Tal vez todas esas emociones brotan al mismo tiempo. Incluso podríamos descubrir que estábamos equivocados, pero todavía nos queda una mala sensación sobre lo que ocurrió. Podemos seguir contándonos la desagradable historia una y otra vez. Y esto puede durar horas, días, incluso años.

Sin embargo, tarde o temprano, llega un punto en el que debemos decidir si nos vamos a aferrar a lo desagradable o no. Inevitablemente llegamos a este punto de decisión. ¿Vamos a continuar con lo desagradable aferrándonos al antojo y a las reacciones, las emociones, la sensación de indignación o dolor?  O ¿Vamos a elegir dejar lo? Al dejarlo ir, creamos espacio en nuestra mente para la posibilidad de emprender una nueva experiencia, algo fresco, tal vez algo agradable. Al menos sabemos que si lo soltamos, podemos estar más presentes para la experiencia de ahora. Eso es lo que significa dejar ir el pasado.  Esto es cierto ya sea el pasado de hace unos minutos o el pasado de hace 30 años.

Sin embargo, necesitamos una herramienta que nos ayude a dejar ir, y esa herramienta es la reflexión, que a veces se llama investigación. Necesitamos mirar nuestras experiencias con atención consciente a sus partes interrelacionadas. Luego encontramos que cuando somos receptivos a los fenómenos en el momento presente, podemos reflexionar sobre los tonos de sentir, las percepciones, y las respuestas que están surgiendo o surgieron en el pasado. Esta es una forma de usar la mente para entender cómo se relacionan varios aspectos de la experiencia mental. En última instancia, este tipo de reflexión deja claro el funcionamiento de los cinco khandhas. También deja en claro que tenemos la oportunidad de reconocer los tonos de sentir y elegir una respuesta hábil o ninguna respuesta, en lugar de dejarnos llevar por la experiencia. Entonces conoceremos la libertad de elegir dejar ir. Es por eso que la investigación es uno de los siete factores del despertar.

Al practicar la investigación, usando la mente para reflexionar sobre la mente, abrimos la puerta a la libertad de la reactividad. Aunque la investigación parece crear una distancia entre la mente que observa y la actividad mental que se está conociendo, es un medio hábil. Es una herramienta para el cultivo de presencia suficiente y claridad para reducir la reactividad de la mente. Una vez que se reduce esa reactividad, entonces la puerta de al lado aparece a la vista. Es la puerta de dejar caer el sentido de «uno que observa» y experimentar solo el contacto en sí, la unificación de la mente. El Buda, en sus instrucciones a Bāhiya describió esto como: «En lo visto, sólo hay lo visto. En lo oído, sólo lo oído. En lo sentido, sólo en lo sentido. En relación con lo conocido, sólo lo conocido. Entonces no habrá ‘tú’ en términos de esto. Solo este es el fin del sufrimiento».  Es decir, cuando ya no existe el sentido de separación entre el contacto y la conciencia de él, entre los cinco khandhas y el entorno en el que surgen, entonces somos libres.

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Ayyā Dhammadīpā es fundadora de la Comunidad Budista Dassanāya en Alexandria, Virginia, EE. UU. Ella ha estado practicando el budismo desde 1987. Es una bhikkhuni ordenada en la tradición theravāda, y una maestra que ha recibido la transmisión del Dharma en el linaje Suzuki Roshi de Soto Zen. Su reciente libro se titula, Regalos mayores que los océanos: Beneficios de la práctica budista del dar. Ayyā se ha entrenado como capellán, y ha brindado cuidado espiritual en los hospitales y en hogares. Ella es la madre de una encantadora hija adulta, y le gusta coser y pintar acuarelas.

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