Budismo y crisis climática
Basili Llorca
La crisis climática, reconocida por la comunidad científica, y cuyos efectos son cada vez más evidentes—calentamiento global, deshielo de polos, aumento del nivel del mar, cambios meteorológicos catastróficos y efectos en flora y fauna—ha puesto en peligro la supervivencia de nuestro mundo y, con él, la de las siguientes generaciones de seres vivos. Ello ha llevado a una creciente toma de conciencia individual y social sobre sus graves consecuencias. Múltiples iniciativas emprendidas por entidades e individuos en todo el mundo tratan de inducir cambios en políticas y formas de vida, dirigidos a detener e invertir ese proceso y sus destructivos efectos.
La comunidad budista no es ajena a esa preocupación, y es consciente de la necesidad de contribuir a resolver la crisis. Entre sus miembros se plantean reflexiones e iniciativas sobre posibles aportaciones, destacando la necesidad de contar con un budismo comprometido con la ecología, implicado de manera activa y directa en el movimiento contra el cambio climático. Algunos hablan incluso de un «budismo ecológico».
Ecología budista
¿Es necesario un «budismo ecológico»? Ello significaría que el budismo como lo conocemos no tiene la adecuada sensibilidad ante este problema, o no ofrece respuestas. Pienso, por el contrario, que el budismo como tal tiene mucho que aportar al respecto, en especial al hacer un buen diagnóstico de las verdaderas causas de la crisis y, consecuentemente, de las respuestas adecuadas. Y, sobre todo, porque la forma de vida que propone es un antídoto directo a esta crisis. Para ello no necesita hacerse «ecológico», ya que le es consustancial, como intentaré explicar.
Empecemos considerando que el dharma del Buda, dada la visión de no-entidad (sánscrito: anatman) o vacuidad (sánscrito: sunyata), no sustenta ninguna ideología o punto de vista, que serían aproximaciones a la realidad necesariamente relativas o parciales. Así, en términos generales, la adscripción a determinadas «etiquetas» sería una forma de encasillamiento o limitación adaptada a una perspectiva y sensibilidad específica, de vigencia necesariamente temporal y relativa.
Por otro lado, el budismo no necesita adoptar apelativos como «ecológico», «comprometido», «social» u otros similares —aún siendo bienintencionados—, dado que por sus fines y motivos ya está plenamente comprometido con la vida y el bienestar de la humanidad y de todos los seres sensibles y, consecuentemente, con todo lo que lo facilita, como la preservación de sus entornos y hábitats. Sencillamente, el budismo ya está naturalmente comprometido y es ecológico, o social, puesto que no excluye ningún ámbito de acción—material, psicológico, social o ambienta—para satisfacer esa aspiración. Como muestra, en el óctuple sendero de los nobles (sánsc.: asta aryamarganga), el Buda enseña el modo de vida correcto (sánsc: samyagajiva): abstenerse de todo oficio o forma de vida que pueda causar daño a los seres, directa o indirectamente. Ello incluye el polucionar el medio ambiente y cualquier acción que contribuya a la crisis climática.
En sentido positivo, un buen ejemplo de política ambiental en el ámbito budista—por cierto, poco conocido—lo dieron los antiguos reyes de Sri Lanka, creando lo que seguramente serían los primeros parques naturales, unos espacios protegidos en los que debían respetarse no solo árboles, cursos de agua y lagos, sino también la vida y el bienestar de los seres que los habitaban.
En definitiva, la sensibilidad ante todos los problemas y sufrimientos que aquejan a los seres, incluido el ambiental, es parte esencial del budismo; como la vocación de aportar soluciones e implicarse en ellos, sin que esto requiera adoptar nuevas formas o adhesiones. Con todo y como budistas, antes de plantearnos acciones concretas, conviene abordar el tema a la luz de las enseñanzas del Buda, y analizar en profundidad las causas—no solo aparentes o concomitantes—de esta crisis, para dar con respuestas adecuadas y definitivas. Y en esto el budismo puede aportar mucho.
El origen de la desarmonía
Las enseñanzas budistas explican que la causa original de toda desarmonía y sufrimiento es la avidya (sánsc.; tib. ma-rigpa), una percepción delusiva o errónea que concibe la realidad de manera dualista —en términos de sujeto y objeto—y se aferra a una entidad personal independiente y separada, una especie de egocentrismo existencial. Esa separación no solo desarmoniza de lo concebido como «otro», también genera un estado de temor y ansia frente a ello, que desata tres respuestas instintivas. Son los denominados «tres venenos de la mente» (sánsc: trivisa): ignorancia (sánsc: moha), que percibe todas las cosas de forma fragmentada, como entidades autónomas y desconectadas; deseo (sánsc: raga), que se aferra a lo considerado deseable; y aversión (sánsc: krodha), que rechaza lo percibido como amenazante o indeseable. De la combinación de estos tres se originan todas las pasiones (sánsc: klesha) que nos perturban e inducen a todo tipo de acciones negativas que causan sufrimiento a uno mismo y a los otros. Además, refuerzan la noción dualista y egocéntrica y establecen patrones de percepción y respuesta pasional, que nos atrapan en un círculo vicioso que perpetua la desarmonía.
Las causas de la crisis
Esta explicación nos puede remitir claramente a las causas de la crisis climática. Podemos trazar su origen en avidya, como base de un paradigma homocéntrico que ha conducido a una forma de vida materialista dirigida por las pasiones, que ha llevado al desequilibrio en los diferentes ámbitos.
En general, las sociedades y culturas antiguas—con sus diferentes cosmovisiones—respetaban el entorno y la naturaleza, sabiendo que su bienestar y supervivencia dependía de mantener el equilibrio y la armonía en un sistema global del que todos formamos parte. Pero esa visión ha sido desplazada por otra dualista y homocéntrica —actualmente dominante en el mundo—que tiene al hombre como centro y detentor de un entorno material—incluyendo animales y otros seres—que existe separado de él, y que considera para su uso y disfrute.
Es una visión egocéntrica y fragmentaria de la naturaleza, que concibe a todos los fenómenos como un conjunto de entes desconectados, con existencia autónoma e inherente. Y es la base de un paradigma materialista que ve el mundo como una especie de mecano, algo que puede ser tratado y modificado con toda clase de medios tecnológicos para eliminar lo que su dueño considera molesto o indeseable y para satisfacer cualquier necesidad o deseo egocéntrico. La humanidad, fascinada por el mito moderno de un progreso ilimitado, mantiene una carrera desenfrenada por dominar el mundo a su voluntad, sin considerar las consecuencias en lo que en realidad es un sistema global, totalmente conectado e interdependiente.
Pero, precisamente porque todo está interconectado, la tecnología no puede eliminar el lado negativo de la existencia sin con ello poner en riesgo el aspecto considerado positivo, porque ambos son totalmente dependientes, como dos caras de una moneda. No hay placer sin dolor, salud sin enfermedad, seguridad sin temor, ni vida sin muerte. Pero, motivados por intereses egoístas, cortoplacistas y desmesurados—basados en ignorancia, codicia y aversión—, y utilizando medios cada vez más agresivos y contundentes—combustibles fósiles, energía nuclear, pesticidas, ingeniería genética, y todo tipo de aparatos y máquinas—estamos malbaratado de modo creciente el equilibrio y funcionamiento de un ecosistema vivo e interdependiente, del que formamos parte y de cuya armonía depende nuestra supervivencia. Por evitar a toda costa y de manera inconsciente aspectos consustanciales de la existencia, como inseguridad, temor, enfermedad o muerte, hemos puesto en peligro la existencia del planeta y, con él, la de los seres que lo habitamos. Por inconsciencia, hemos caído en lo que pretendíamos evitar.
Soluciones eficaces
Si queremos contribuir de verdad a frenar la crisis e incluso revertirla, no bastará con actuar sobre causas inmediatas o meramente materiales, como el uso de nuevas o sofisticadas tecnologías para controlar los efectos nocivos de la crisis, porque serían meros parches. Sin revertir el ciclo perverso de sus causas, esos remedios podrían acabar afectando la armonía global. La solución al problema no puede venir del mismo paradigma y sistema que lo ha creado.
Mientras mantengamos esa visión fragmentada y egocéntrica de la realidad, y nuestras acciones estén dirigidas por la ignorancia y las pasiones negativas—egoísmo, codicia, beneficio a corto plazo, desconsideración y abuso del medio ambiente y de otros seres—no habrá solución duradera, y mucho menos solución definitiva. Necesitamos adoptar una visión global e incidir sobre las causas profundas, para erradicarlas y eliminar así sus efectos.
En ese sentido, el budismo presenta una visión y una forma de vida que actúan directamente sobre esas causas y las del sufrimiento en general, y que pueden librarnos de ellas y sus efectos nocivos. Podemos resumir esa forma de vida en los denominados «tres adiestramientos supremos» (sánsc: trisiksha): ética (sánsc: shila), calma mental (sánsc: samadhi) y sabiduría (sánsc: prajña). Una ética natural que, motivada por el bienestar personal y el de todos los seres, cultiva el equilibrio y armonía con los demás y el entorno. El cultivo de la calma y la serenidad como método para apaciguar las pasiones perturbadoras y recuperar el equilibrio y armonía internos. Y una sabiduría que trasciende la visión dualista y egocéntrica y nos reconcilie y armonice con la globalidad.
Por tanto, considero que seguir las enseñanzas del Buda y, sobre todo, ponerlas en práctica es la mejor aportación que podemos hacer, como budistas, para resolver esta crisis y demás problemas del mundo y los seres. Lo que se puede complementar con acciones cotidianas, como consumir con responsabilidad, no malbaratar recursos obtenidos con el esfuerzo y sufrimiento de muchos, y reciclar, entre otras cosas que, aunque puedan parecer nimias, son importantes. Además, la práctica del dharma no impide participar, según la sensibilización personal y las circunstancias, en iniciativas sociales o acciones directas que contribuyan a hacer visible el problema y contribuyan a resolverlo, o al menos aliviarlo. Pero evitando siempre caer en una visión superficial, en el mero activismo, o en actitudes sectarias o de confrontación motivadas por la aversión o la ira. Si aspiramos a un genuino bienestar y a la armonía para nosotros y nuestro medio no podemos perder la perspectiva global. Todas nuestras acciones deberían estar motivadas por la generosidad y la sabiduría.
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Basili Llorca (Alcoi, 1952) se inició en el budismo en 1978, formándose como monje budista, durante catorce años, en Monasterios de Nepal, India y Francia con enseñanzas y transmisiones de SS el Dalai Lama, Lama Thubten Yeshe, Kyabje Zopa Rimpoche, Ken Gueshe Tekchog, Tarab Tulku y Chögyal Namkhai Norbu, entre otros maestros de diferentes escuelas tibetanas. Enseña filosofía y práctica del budismo desde hace más de veinticinco años en diferentes centros. Es Presidente fundador de Dharmadhatu y de la Asociación Educación Universal. Participó en la creación y dirección de centros de la FMT. Fue Vicepresidente de la Casa del Tíbet de Barcelona y Vicepresidente fundador de la CCEB. Es Máster en Métodos para el Crecimiento Personal.