Gestión emocional ¿Notificar o comunicar?

Venerable Karma Tenpa

En los últimos años, afortunadamente, se están convirtiendo en habituales, se están popularizando, temas que casi siempre han estado limitados al ámbito de las relaciones más cercanas y, a veces, solo al ámbito de lo íntimo, lo que hacía que nos sintiéramos condenados a llevar una pesada carga emocional sin posibilidad de encontrar en el otro el apoyo y la complicidad necesarias para aliviarla o, por el contrario, a ser esquivos en el encuentro abierto con los demás por la falsa idea de que el sufrimiento ajeno equivale a más peso en la balanza que mide nuestra desazón.

La felicidad, el amor, la solidaridad, la compasión y la muerte son temas cada vez más presentes en ámbitos muy diversos y se abordan con un lenguaje tanto académico como divulgativo. Es una buena noticia que la realidad se enriquezca con nuevas miradas sobre el dolor que acompaña a la humanidad desde siempre, pero que, cuando anda del brazo del amor, se apoya en este.

También se conoce y se divulga cada vez más acerca del cerebro, su recorrido evolutivo y cómo perviven en él estrategias emocionales que fueron funcionales en su momento pero que ya no lo son tanto, porque nuestra sociedad ha evolucionado mucho más rápido que el cerebro. Existen muchos recorridos, entre ellos los inspirados en el budismo, para aprender a gestionar los impulsos emocionales de una mente con un modo disperso por defecto, con tendencia a dar más importancia a las amenazas potenciales y en competencia constante por todo tipo de recursos.

El principal objetivo del budismo no es la gestión emocional, pero es un tema que no le resulta ajeno, aunque lo exprese en otros términos y, fundamentalmente, con una mirada volcada hacia sí mismo. Cualquiera puede seguir las enseñanzas del Buda en el orden en el que fueron legadas por este y que abarcan desde aquellas de carácter provisorio hasta las de carácter definitivo, que solo se comprenden mediante el estudio riguroso y la experiencia meditativa.

Prestar atención a los pensamientos y a las acciones que derivan de ellos es un buen comienzo. Luego hay que cuestionar la manera de entender la realidad, ¿son las cosas como me parecen? o ¿son solo mi versión? El fundamento de toda esta indagación es responder a la pregunta ¿qué rol activo tengo en la creación del sufrimiento propio y ajeno? y ¿qué papel protagonista puedo tener en la creación de la felicidad propia y la ajena? El propio Buda lo dijo: «Averigua por ti mismo», a lo que yo añado: no sigas llegando tarde a esa cita con la verdad.

Un buen punto de apoyo para todo esto es el aprendizaje de los Cuatro Sellos de la Existencia. Estos sellos son: sufrimiento, impermanencia, vacuidad y nirvana.

No es la intención de este artículo desarrollar a fondo ninguno de estos cuatro sellos, sino más bien explorar los elementos en común que atraviesan las expresiones de la confusión emocional, sus actores y actuaciones.

El sufrimiento es el primer sello. Y es el mejor de los comienzos, no eludir lo que forma parte de la vida. Este es uno de los tics recurrentes de gran parte de esta sociedad hedonista: ignorar el sufrimiento. Así se contribuye a una idea pueril de felicidad que lleva a patologizar, e incluso medicar, el sufrimiento propio de la vida. Nacer, crecer, estar lejos de lo que queremos y cerca de lo que no queremos, ver que todo lo que se ha reunido se disgrega, envejecer, enfermar y morir. Algo que señala muy bien la Primera Noble Verdad. La nobleza se despliega a medida que crece nuestra integridad y resiliencia.

Impermanencia, el segundo sello. La impermanencia se lleva por delante la linealidad del pensamiento «si hago esto ocurre aquello». Asusta lo imprevisible, nos resistimos y le echamos un pulso maquillando la vida, pero a ella, la impermanencia, le resultamos indiferente, simplemente ocurre.

Esto es tan impactante que no gusta demasiado, más bien nada. Así surge una felicidad frívola que depende mucho de las causas que tan hábilmente sabe estimular el neuromarketing, a las que se le agrega desear que los demás tengan un comportamiento regido por la agenda personal: «Me deben tratar así. No me deben tratar así. Deben decir esto. Deben callar esto». Claro está que esa agenda no se cumple, ya que entra en colisión con la agenda personal de los demás y, como todos estamos tan preocupados por nosotros mismos, siempre acabamos haciendo algo que hace que el otro se sienta mal.

Pero la impermanencia es una constante en la vida. El surgir de algo es el comienzo de su propio fin y ese fin es la simiente de otro comienzo. Lo que hoy es dolor, mañana es alivio. El amor apasionado marchita en tedio. El aburrimiento da paso a la creatividad. La impermanencia acaba siendo la piedra de toque del corazón bondadoso. Un corazón sabio que comprende que el dolor no es castigo ni el placer, un premio.

El tercer sello es la vacuidad, uno de los términos, junto con karma, que más confusión ha causado en su llegada a Occidente. En el budismo se han desarrollado diversas escuelas de pensamiento especulativo para bucear en la realidad última de lo material y de lo inmaterial. Pero ¿dónde puede encontrarse la vacuidad en lo cotidiano? La vacuidad no es la nada, es la matriz del amor que no necesita posarse en ninguna identidad para expresarse.

Se encuentra en un corazón despierto, liberado de emociones enfrentadas que compiten unas con otras y aumentan la idea de separación, aislamiento u oprobio. Es un corazón dulce y valiente, liberado de miedo porque ha descubierto que las cosas no tienen más peso e identidad de la que se les otorgue.

Así lo dice Dilgo Khyentsé Rinpoché, uno de los más grandes maestros del budismo tibetano: «La práctica diaria consiste simplemente en desarrollar una completa aceptación y apertura ante cualquier situación, emoción y persona, experimentándolo todo sin reservas ni bloqueos mentales, para que uno nunca se cierre ni piense exclusivamente en sí mismo».

Finalmente, el cuarto sello: el Nirvana. A riesgo de vulgarizar lo extraordinario, en este contexto lo describo como un encuentro íntimo y dinámicamente equilibrado con la paz, la apertura tierna y la simplicidad. Una suma que en la vida de relación ayuda a comunicarse con el corazón en vez de, únicamente, notificar con la razón.

Exige un esfuerzo comprender estos cuatro sellos de la existencia. Todo lo que experimentamos contiene el potencial del dolor. Cuesta dejarse atravesar por la impermanencia recibiendo lo que llega y despidiendo lo que se marcha. Tardamos mucho tiempo en darnos cuenta de que el yo, la personalidad y el ego son funcionales, operativos e incluso síntomas de salud emocional si están equilibrados, pero cuando el inquilino se cree el dueño, habrá problemas. Llevará tiempo integrarlos, pero seguramente menos del que empleamos en llegar a este enorme malentendido que suele ser la vida.

Como final dejo para disfrutar y pensar una bella metáfora que, a mi entender, describe con delicadeza cómo se invade el espacio del otro cuando las emociones solo se notifican y se pierde la humana posibilidad de comunicarse, una clave en la gestión emocional.

De Muriel Barbery, La elegancia del erizo (2007), editorial Seix Barral:

«… me fascinó el espacio de vida japonés y esas puertas correderas que, deslizándose suavemente sobre sus invisibles railes, rehúsan hender el espacio. Pues, cuando abrimos una puerta, transformamos los lugares de manera bien mezquina. Coartamos su plena extensión e introducimos en ellos una brecha imprudente a fuerza de malas proporciones.

Pensándolo bien, no hay nada más feo que una puerta abierta. En la habitación en la que está, introduce una suerte de rotura, como un parásito marginal que rompe la unidad del espacio. En la habitación contigua, engendra una depresión, una grieta abierta y estúpida, perdida en un trozo de pared que hubiese preferido permanecer entero. En ambos casos, perturba el espacio sin más contrapartida que la licencia de circular, la cual puede sin embargo garantizarse mediante otros procedimientos

La puerta corredera, por el contrario, evita los escollos y magnifica el espacio. Sin modificar su equilibrio, permite su metamorfosis. Cuando se abre, dos lugares se comunican entre sí sin ofenderse mutuamente. Cuando se cierra, devuelve a cada uno su integridad. La puesta en común y la reunión se realizan sin intrusión. La vida es en los espacios japoneses un tranquilo paseo, mientras que en los nuestros se asemeja a una larga serie de fracturas.»

¿Quieres tomarlo como una invitación?

Venerable Karma Tenpa es un monje budista argentino residente en España. En el año 2007, recibió de parte de S. E. Situ Rimpoche la ordenación de guelong (monje completamente ordenado). Junto a sus estudios budistas y experiencia en retiros, durante los 25 últimos años ha codesarrollado el Entrenamiento en Gestión Emocional plena (EGE)  junto al psicólogo Lucas Burgueño. Participa en la formación de voluntarios en el acompañamiento espiritual en el proceso de morir y, como voluntario, se suma a la actividad de la Asociación ACM112 dedicada al acompañamiento a personas sin familia en el proceso de morir. También gestiona el programa Creciendo en Nepal cuya actividad se centra en recaudar fondos para dos hogares de acogida para menores en Katmandú.

Referencia

Barbery, M. 2007. La elegancia del erizo. Editorial Seix Barral.

This Post Has One Comment

  1. Eva

    Precioso y revelador artículo. Me encantó tambien la mención sobre las puertas del libro la Elegancia del Erizo.
    Gracias

Leave a Reply

Captcha loading...