Medir la riqueza de un país mediante la felicidad de sus ciudadanos
NINA MÜLLER
El informe más reciente de Naciones Unidas sobre la felicidad en el mundo se publicó el 20 de marzo de 2019 y tenía a Finlandia en el número 1 por segundo año consecutivo, con otros dos países escandinavos en segunda y tercera posición (Dinamarca y Noruega respectivamente). Si hablamos del continente norteamericano, Canadá quedó noveno (en 2018 era séptimo) y Estados Unidos en el puesto 19. Sudán del Sur fue declarado el país menos feliz en la posición 156.
El informe mundial sobre la felicidad es un proyecto de la Red de Soluciones para un Desarrollo Sostenible de la ONU que clasifica a los países según la percepción de sus habitantes sobre su propia felicidad. Para medir el nivel de desarrollo de un país es necesario emplear un enfoque holístico y tener en cuenta factores como la riqueza económica, la esperanza de vida, las medidas sociales, la corrupción de los gobiernos y la libertad.
El proyecto es el resultado de una iniciativa de 2012 llevada a cabo por el entonces primer ministro de Bután Dasho Jigme Yoser Thinley y el ex secretario general de Naciones Unidas Ban Ki-moon que deseaban convertir la felicidad en un objetivo humano fundamental. Esto supone un gran contraste con la manera habitual de medir el nivel de desarrollo de un país: el producto interior bruto (PIB), una métrica que se centra en la productividad económica de un país y deja fuera otros componentes importantes de la vida humana y la sostenibilidad.
Según Frank Dixon, fundador de Global System Change, el PIB solo está pensado para medir el crecimiento económico. Aunque admite que la economía es un aspecto importante de la sociedad, porque nos permite cuidar de nuestras necesidades básicas, hace hincapié en que solo debería constituir «un medio para el objetivo del bienestar social». (Global System Change)
Las escrituras budistas opinan de una manera similar al respecto de la riqueza económica. Aunque los textos antiguos hacen hincapié en la importancia de la comida, el refugio y la seguridad, esas necesidades se cubren para poder perseguir el noble objetivo del cultivo espiritual. Es más, se anima a las personas sin problemas económicos a cuidar de otras. No solo deben asegurarse de tener comida, refugio y seguridad para sí mismas, sino también para sus seres queridos y toda la sociedad. Al hacerlo, una persona rica puede asegurarse la felicidad eterna: aunque pierda el dinero o gane más, habrá obtenido todos los beneficios posibles de la riqueza. En este sentido, la riqueza no se mide únicamente en términos económicos, se refiere a la satisfacción, un estado que solo puede alcanzarse cuando vivimos de manera compasiva sirviendo a los demás.
En el mundo moderno actual, con sus sociedades de consumo, tendemos a poner la mayor parte de nuestro bienestar en manos del crecimiento económico. En lugar de que la riqueza material sea un medio para obtener un objetivo, se convierte en el objetivo en sí misma. El sociólogo y economista político alemán Max Weber hablaba del «espíritu del capitalismo moderno» y se refería a la importancia que tenían para Benjamin Franklin el tiempo y el dinero. (Weber 2009, 53–54)
Franklin desaconsejaba a la gente la ociosidad y los animaba a que trabajaran para cultivar la mayor cantidad posible de capital. Esto significa que desincentivaba que las personas disfrutaran, porque el tiempo que no se usaba para generar dinero era un tiempo perdido. Como explica Weber, este es un ejemplo perfecto de la idea de que el trabajo de las personas consiste en incrementar su capital «como un fin en sí mismo». (Weber 2009, 54)
Al contrario de lo que dicen las escrituras budistas, según las cuales el dinero es un medio para satisfacer nuestras necesidades básicas y poder, así, cultivar nuestra espiritualidad, se anima a las personas a acumular dinero solo por el hecho de hacerlo.
Dado que el reino de Bután, en el Himalaya, está aislado en las montañas, encajado entre India y China, y debido a su historia de aislamiento, el país ha estado durante mucho tiempo protegido de las tendencias cada vez más capitalistas del resto del mundo. Cuando Bután empezó a abrirse hace cuatro décadas, el tercer rey, Jigme Dorji Wangchuck (que reinó entre 1952 y 1972) quería preservar los valores budistas tradicionales y se esforzó para que la felicidad siguiera siendo una prioridad. A partir de ahí, el cuarto rey, Jigme Singye Wangchuck (que reinó entre 1972 y 2006) decidió que el gobierno de Bután debía centrarse en la felicidad interior bruta (FIB).
En una conferencia de 2015 sobre la felicidad interior bruta, el entonces primer ministro de Bután, Lyonchhen Tshering Tobgay, afirmó: «Debemos entender que la idea de progreso va mucho más allá de la falta de ingresos o consumo e incluye aspectos no monetarios como la falta de conexiones sociales, el coste psicológico de la alienación y el aislamiento, la exposición a riesgos y la experiencia de la vulnerabilidad… Está claro que la solución consiste en cambiar el propósito y el objetivo del desarrollo. Si el objetivo básico del desarrollo pasara de ser la búsqueda de beneficios a la búsqueda del bienestar en todas sus dimensiones, el auténtico nivel de felicidad del planeta seguro que aumentaría» (felicidad interior bruta)
Aunque su objetivo parece admirable, existen voces críticas que argumentan que el empleo de la FIB es engañoso debido a la práctica de Bután de expulsar minorías étnicas y a los no budistas. Muchos argumentan que la FIB solo ha permitido a Bután cometer violaciones de los derechos humanos sin perder su honorable fachada y manteniendo el respeto internacional. Resulta interesante que el país quedara en la posición 95 del informe mundial sobre la felicidad más reciente.
Bibliografía
Weber, Max; 1999; Essays in Economic Sociology; Princeton, NJ: Princeton University Press.
Muy interesantes artículos. Yo simpatizo con el budismo. Es muy lógico y promueve la compasión hacia los seres vivos y el cuidado del ambiente. Estoy vinculado con la Soja Gakkai en Uruguay, donde vivo.
Saludos.