Como una montaña: qué nos dice La gran ola de Hokusai sobre la serenidad en tiempos revueltos
SETH SHUGAR
La xilografía de Matsushita Hokusai conocida como La gran ola de Kanagawa (1832) es una de las imágenes más icónicas del mundo. Es tan fácil de reconocer como muchas estrellas del cine y mucho más conocida que cualquier celebridad de TikTok. Se pueden encontrar reproducciones de esta imagen en todo tipo de formatos: camisetas, tatuajes, ropa interior, páginas web … incluso tiene su propio emoticono.
Desde su creación, las variaciones sobre la icónica xilografía han aparecido como respuesta a todo tipo de desastres, tanto humanos como naturales: tsunamis, terremotos, erupciones volcánicas, huracanes, accidentes aéreos, y—por supuesto—también la actual pandemia.* Recientemente el historiador Niall Ferguson utilizó La gran ola como imagen de portada para un artículo en The Boston Globe, arguyendo que «estos días todos somos un poco como aquellos pescadores japoneses, encogidos de miedo ante la ola gigantesca, la pandemia de la COVID-19»
Este tipo de asociaciones no llegan por sorpresa, puesto que la pintura de Hokusai ilustra precisamente el tipo de olas literales y metafóricas que los desastres suelen generar. Pero, ¿y si otra razón para la extraordinaria popularidad de esta imagen icónica fuera que también describe un modelo de la mente humana simple pero cautivador y apunta a una forma igualmente simple pero cautivadora de mantener la serenidad en tiempos convulsos? Presta atención a la imagen un momento. ¿Qué ves? ¿Qué es lo que llama tu atención?
Obviamente, está la ola gigante. Se levanta al cielo inmensa, domina la pintura con sus garras amenazadoras que se extienden hasta el espumoso centro de la escena. ¿Qué podría simbolizar esta «gran ola»?
¿Quizás simboliza olas en sentido literal, como las de los tsunamis, terremotos, huracanes o erupciones volcánicas? ¿O quizás podría también simbolizar olas figuradas, como las de la pandemia y las oleadas adicionales de brutalidad policial, racismo sistémico, violencia doméstica e incertidumbre económica que la pandemia ha exacerbado? Por supuesto. Pero, ¿y si esta gran ola también simboliza las olas de emoción que a menudo experimentamos cuando nos enfrentamos a acontecimientos impredecibles como los que han estado ocurriendo fuera de nosotros con tanta frecuencia en los últimos tiempos? En otras palabras, ¿y sí la gran ola no fuera más que una proyección exterior de emociones, pensamientos y sensaciones de la medida de un tsunami, que a menudo se levantan en nuestro interior cuando nos enfrentamos a las olas del mundo exterior? (El hecho de que Hokusai mismo fuera un practicante de la escuela de budismo Nichiren sin duda hace plausible esta interpretación de la xilografía.)
Si aceptamos esta interpretación de la obra, pues, ¿qué más podemos observar? ¿Quizás que más allá de la amenazante ola azul se distinguen unas alargadas barcas amarillas, de aspecto precario? Apretujados dentro de ellas podemos ver a pescadores vestidos de azul que intentan estabilizar sus navíos vulnerables, con la esperanza de no volcar. ¿Qué podrían representar estas embarcaciones?
¿Quizás aquellas partes de nosotros que se mojan, se arrastran o se dejan llevar por los grandes oleajes en nuestro interior? ¿Las partes egóicas de nosotros que se levantan y caen, que se agitan y se tambalean cuando se ven atrapadas en, o excesivamente identificadas con, el Sturm und Drang de nuestros dramas interiores?
Pero entonces, en el fondo, a lo lejos, justo debajo del centro de la imagen, podemos también divisar las laderas simétricas, serenas y cubiertas de nieve del monte Fuji. ¿Qué aspecto de nosotros podría representar esta majestuosa montaña?
Sólida y firme, estable e inamovible, ¿quizás nos recuerda a aquella sensación que uno tiene de poder guardar distancias, de ser como un observador curioso que simplemente observa y testimonia cómo las grandes olas se levantan y se rompen en nuestro interior? Es una perspectiva de testimonio bien cimentada y duradera, sólida y fiable, la perspectiva del testimonio que puede contemplar aquello que tiene enfrente cálidamente, desde una distancia tranquila, observando serenamente cómo los mares tempestuosos dentro de nosotros se arremolinan y se levantan, se agitan y se rompen.
Muy bien, pero ¿cómo vamos de la amenazadora ola de nuestro interior hasta esta apacible sensación de uno mismo, parecida a una montaña?
Una de las rutas más fiables es un tipo de meditación cada vez más popular, llamada RAIN («lluvia» en inglés). Esta práctica la desarrolló inicialmente la maestra de vipassana Michele McDonald, pero la refinaron y la divulgaron los famosos maestros de meditación y psicólogos clínicos Jack Kornfield y Tara Brach.** Las letras del acrónimo RAIN representan los cuatro pasos siguientes:
Reconoce los sentimientos, sensaciones, imágenes y pensamientos que ocurren en tu interior
Ábrete a ellos para que se manifiesten tal y como son, abandona cualquier resistencia hacia ellos
Investígalos con una curiosidad cálida, no intelectual, sin identificación
Nutre los sentimientos y sensaciones difíciles dentro de ti con autocompasión.
Con la práctica, esta simple meditación nos puede transportar, una y otra vez, fuera de nuestra turbulencia interna hacia un mirador, parecido a una colina, desde la que no solamente podemos observar las grandes olas dentro de nosotros, sino también calmarlas y aliviarlas.
Existe, además, otro pequeño detalle en la xilografía de Hokusai que nos puede servir como recordatorio útil a lo largo de esta práctica o de otras. ¿Te has dado cuenta de la pequeña ola, parecida a una montaña, en primer plano a la izquierda de la imagen?
Con su capucha de nieve y su base azul, se levanta en forma de montaña y presenta muchas similitudes con la montaña del fondo. Aun así, el monte Fuji está firmemente enraizado en la Tierra, está hecho de roca sólida y situado a una distancia segura de la gran ola. Esta ola de agua con forma de montaña se ha formado durante un instante a partir de agua de mar en ebullición que adopta la forma de garras de pájaro, mantendrá su forma de montaña solamente durante un instante pasajero y está justo al lado de la peligrosa ola.
Cambiante e inestable, podría representar quizás los estados mentales frágiles y evanescentes que a menudo experimentamos en la práctica meditativa, más que los rasgos de durabilidad y estabilidad propios de una montaña. Como Rick Hanson y muchos otros neuropsicólogos han señalado, la mayor parte de la actividad mental/neuronal fluye a través del cerebro sin dejar ningún tipo de efecto duradero. Como la ola acuosa parecida a una montaña en la obra de Hokusai, están allí un segundo y al siguiente ya se han ido. Pero una actividad mental/neural intensa, prolongada o repetida, especialmente si es deliberada, deja una impronta duradera en nuestra estructura neuronal, como el mone Fuji en la xilografía de Hokusai. Como se suele decir en neurociencia: «Las neuronas que se encienden juntas, se conectan juntas» (“Neurons that fire together, wire together”). O, como dice Hanson: «Los estados mentales se convierten en rasgos neuronales». A medida que practicamos la solidificación de las olas de agua, parecidas a montañas, de nuestros estados mentales y las vamos convirtiendo en rasgos mentales parecidos al monte Fuji, la xilografía de Hokusai puede ofrecernos al menos un recordatorio más reconfortante.
Si nos fijamos detenidamente, podemos observar que una sólida capa de nubes de color gris claro y beige han empezado a levantarse como una cortina que revela (o vuelve a revelar) la montaña. ¿Qué podría significar este pequeño detalle?
¿Quizás que el yo que observa, parecido a una montaña, justo empieza a reemerger después de haber estado temporalmente oscurecido en la tormenta, del mismo modo que todos nosotros, cuando somos provocados o agitados, perdemos nuestra capacidad de contemplar nuestros estados internos con una atención cálida y alerta? No es que la montaña hubiera desaparecido del todo (¿cómo va a hacerlo?) pero quizás estas nubes que se levantan nos ofrecen un sutil recordatorio de que nuestro acceso al amplio mirador, desde el que podemos ver nuestras experiencias interiores de esta forma, a veces, inevitablemente, se oscurece, solo para volver a emerger cuando las nubes de tormenta se despejan.
Aun así, como tienen el poder de transportarnos, aunque sea temporalmente, de las turbulentas olas hasta las remotas colinas dentro de nosotros, uno podría preocuparse por el hecho de que este tipo de prácticas tienen el peligro de minar la energía que moviliza nuestra indignación, redireccionándola lejos de los movimientos de transformación social y reemplazándola por una apatía contemplativa desapegada o sin compromiso.
Pero no es así. De hecho, los maestros de meditación que están más comprometidos con la mejora social opinan que tales prácticas son indispensables para crear movimientos de transformación social que sean sostenibles, saludables y efectivos. Para poner un ejemplo: en su reciente libro Integrating Mindfulness Into Anti-Oppression Pedagogy (Routledge 2015), Beth Berila nos recuerda: «Una de las habilidades dentro del mindfulness crítico para desaprender la opresión internalizada es el cultivo del testigo, es decir, la capacidad de observar aquello que está sucediendo. En vez de ahogarnos en nuestras experiencias, el testigo deja que seamos más grandes que nuestras emociones» (80)
En efecto, como muchos maestros del mindfulness comprometido, Berila sitúa la práctica del «cultivo del testigo» en el corazón mismo de los esfuerzos sostenibles y continuados para reparar injusticias de todo tipo. De hecho, en una variación de la meditación RAIN, Berila sitúa la posición de testigo parecida a la montaña de Hokusai en el mismo centro de su práctica principal, que ella sintetiza en el siguiente acrónimo:
Be («existe»): respira y simplemente existe
Embody («encarna»): nota lo que sucede en el interior
Aware («consciente»): date cuenta de lo que sientes
Witness («testigo»): ve más allá de los sentimientos y observa
Accept («acepta»): no juzgues aquello que sientes
Reflect («reflexiona»): toma en cuenta posibles respuestas
Engage («comprométete»): decide cómo responder y actuar[1]
De esta manera, podemos pasar de las peligrosas olas a la colina serena de la montaña y, acto seguido, con plena consciencia, volver a las olas. No a las olas del pasado, sino a las olas transformadoras del futuro.
*Después del terrible terremoto y tsunami en Tōhoku, Japón, en 2011, imágenes de La gran ola empezaron a aparecer en todas partes, desde programas de ayuda humanitaria a los trabajos de artistas japoneses que lo adaptaron para tratar el tema del desastre. El artista David Salle también incorporó La gran ola en un ciclo de pinturas que trata sobre el huracán Katrina. Existe un memorial en Stoney Point Beach, Long Island, a las víctimas del vuelo Pan Am 800, que se estrelló en Long Island en 1996, donde aparece la ola de Hokusai mutando en pájaros que vuelan hacia el cielo. Mucho antes, en 1948, el novelista Pearl Buck escribió una historia alegórica para niños llamada La gran ola que fue ilustrada con la xilografía de Hokusai. El libro estaba destinado a ayudar a los niños a superar la posguerra después de la 2a GM y el comienzo de la era atómica.
** Para una guía detallada en forma de libro a las muchas aplicaciones y variaciones de esta práctica, véase Tara Brach, Radical Compassion: Learning to Love Yourself and Your World with the Practice of RAIN.
[1] N. del T.: el acrónimo en inglés dice BE AWARE «sé consciente» o «toma consciencia».
Precioso articulo !!! Muchisimas Gracias desde Colombia !!!