Alan Watts y el budismo como crítica de la cultura. Segunda parte.
JUAN MANUEL OTERO BARRIGÓN*
Para Alan Watts, una de las intuiciones fundamentales de las tradiciones de Oriente radica en señalar el carácter alucinatorio de nuestras autopercepciones. Si bien en varios de sus escritos resalta la idea de que el «yo» con el que habitualmente nos identificamos es una ilusión, esta no se refiere tanto al nivel físico. Por el contrario, enfatiza que dicha ilusión reside sobre todo en nuestras identificaciones sociales. Esta ilusión conforma una de nuestras principales premisas culturales. En sus propias palabras: «Muy pocas autoridades modernas en budismo o vedanta parecen comprender, sin embargo, que las instituciones sociales constituyen el maya, o ilusión, de la que ofrecen liberación»[i]. Y también añade: «La sensación prevaleciente de uno mismo como un ego separado encerrado en una bolsa de piel es una alucinación que no concuerda ni con la ciencia occidental ni con la filosofía experimental, las religiones de Oriente, en particular, la filosofía vedanta central y germinal del hinduismo. Esta alucinación subyace al mal uso de la tecnología para la subyugación violenta del entorno natural del hombre y, en consecuencia, su eventual destrucción. Por lo tanto, tenemos una necesidad urgente de un sentido de nuestra propia existencia que esté de acuerdo con los hechos físicos y que supere nuestro sentimiento de alienación del universo» [ii].
He aquí para el filósofo inglés una de las premisas más perniciosas que rigen la mentalidad occidental. Premisa que define al individuo a la luz de una estrecha conciencia de «foco», que ignora o pierde de vista el «campo» más vasto del que forma parte. O como él mismo señala: «El individuo humano no está construido como se construye un automóvil. No surge ensamblando partes (…). El único átomo verdadero es el universo, el sistema total de «cosas-eventos» independientes, que solo pueden ser separados los unos de los otros en el plano verbal. Cuando esto no salta a la vista, es que usted ha sido engañado por las palabras. Confundiendo los nombres con la naturaleza usted termina creyendo que, por tener un nombre separado, es un ser separado» [iii].
Reconocemos en este planteo de Watts un aroma similar al bello concepto de «interser» propuesto por el monje vietnamita Thích Nhất Hạnh. Idea que refiere a esa capacidad de «actualizar o comprender, en este presente momento, nuestra relación con todos los seres» [iv]. Concepto que abreva en la noción budista de pratītyasamutpāda u originación dependiente, por medio del cual se explica la red de relaciones de causa y efecto, que resulta en el renacer propio del samsara.
Es sumamente interesante encontrarse este mismo planteo en palabras de científicos contemporáneos como el paleontólogo Scott Sampson, quien considera el de «interser» uno de los conceptos científicos que más valor podrían tener para la humanidad. En una argumentación que bien podría haber sido escrita por el mismo Alan Watts, nos dice: «Discutiblemente, la noción más estimada y profundamente inculcada en la mentalidad occidental es la separación de nuestros seres encapsulados por la piel, la creencia de que podemos ser vistos como máquinas aisladas y estáticas. Habiendo externalizado el mundo más allá de nuestros cuerpos, nos consumen pensamientos sobre cómo beneficiarnos más de las cosas y protegernos del mundo. Sin embargo, esta noción profundamente enraizada de aislamiento es una ilusión, como queda evidenciado por el constante intercambio de materia y energía con el mundo «externo». ¿En qué punto tu último aliento, trago de agua, bocado de alimento dejan de ser parte del mundo externo y se vuelven tú? ¿Precisamente cuándo tus exhalaciones y excrementos dejaron dejan de ser tú? Nuestra piel es tanto membrana permeable como barrera, tanto que, como un remolino, es difícil discernir donde acaba «tú» y dónde empieza el resto del mundo. Energizada por la luz del sol, la vida convierte la roca inanimada en nutrientes, que luego pasan a través de las plantas, herbívoros y carnívoros antes de ser descompuestos y regresar a la tierra inanimada, empezando el ciclo otra vez. Nuestros metabolismos internos están estrechamente entretejidos con el metabolismo de la Tierra; un resultado es que alrededor de cada 7 años todos los átomos de nuestro cuerpo son reemplazados» [v].
Relacionada con la anterior, otra premisa básica de la cultura occidental, premisa de la que beben también la profesión médica, psicoterapéutica y algunas ciencias sociales, es para Watts aquella que considera al universo natural, y al mismo ser humano, como máquinas complejas. Se trata de la filosofía de la naturaleza del siglo XIX, convertida en el sentido común del siglo xx, con raíces en la visión newtoniana del universo, que no se ha puesto al día en muchas de estas disciplinas, con la teoría cuántica. En palabras del propio Watts: «La suposición de esta filosofía de la naturaleza era que la psicobiología de la naturaleza humana era un mecanismo estúpido, una casualidad que surgió en un universo mecánico (…). De hecho, el naturalismo científico estaba en contra de la naturaleza, creyendo que ésta era necia y ciega y, en consecuencia, tenía que ser dominada por nuestra inteligencia, la cual, paradójicamente, era el producto de esa estupidez» [vi].
Según esta visión de las cosas, seríamos el producto de cientos de millones de iteraciones aleatorias que produjeron como resultado el estar aquí y ahora, siendo parte de esta inmensa maquinaria denominada existencia. La comprensión del todo estaría así dada por el desmenuzamiento de las partes. Sin embargo, a esta premisa se le opone la otra concepción, característica del pensamiento chino, que nos habla de la vida en términos de organismo. A diferencia de la máquina, cuyas partes están ensambladas y requieren de la separación y el análisis para su comprensión, un organismo es profundamente inteligente y expresa un funcionamiento holístico complejamente intricado.
Nuevamente nos dice Watts: «El hombre está tan unido a la naturaleza como un árbol, y aunque camina libre con dos piernas y no está enraizado en el suelo, no es de ningún modo una entidad autosuficiente, que se mueva o dirija de forma autónoma. Para vivir depende completamente de los mismos factores que el árbol, el gusano y la mosca, de los poderes universales de la naturaleza, la vida, Dios, o lo que sea. Alguna fuente misteriosa de vida fluye a través de él incesantemente; no solo entra al nacer y sale con la muerte-él es el canal de una corriente que se mueve constantemente, una corriente que lleva la sangre por sus venas, que mueve sus pulmones y le trae aire para respirar, que le cultiva su comida de la tierra y le trae la luz del sol a su rostro. Si observamos una sola célula de su cuerpo encontramos el universo, ya que el sol, la luna y las estrellas lo mantienen espontáneamente. Lo encontramos de nuevo si nos sumergimos en lo más profundo de su mente, pues existen todos los impulsos arcaicos de la vida primitiva, tanto humana como animal, y si pudiéramos profundizar más, podríamos encontrar parentesco con las plantas y las rocas. […] El aislamiento del alma humana de la naturaleza es, en general, un fenómeno de la civilización. Este aislamiento es más aparente que real, porque cuanto más se mantiene bajo control a la naturaleza por medio del ladrillo, el hormigón y las máquinas, más se reafirma en la mente humana, generalmente como un visitante indeseado, violento y problemático.» [vii].
Encontramos ecos de estos planteos en la obra contemporánea de biólogos como Rupert Sheldrake, teólogos alternativos como Matthew Fox, y físicos como Fritjof Capra. Los dos primeros, especialmente a partir de sus reflexiones en torno a lo que se conoce como paradigma participativo, como alternativa a la idea mecanicista vigente desde hace siglos. Mientras que, de acuerdo con Capra, al asumir el budismo como principio fundacional el de causalidad, sosteniendo que todas las cosas tienen sus causas y que no hay efectos sin causas ni causas sin efectos, se abraza el concepto de correlación de elementos de la realidad y su integración en un todo. Por esta vía es que el físico austríaco sienta a dialogar a la ciencia contemporánea con la tradición budista, intentando clarificar, con una impronta mística y filosófica, varias de las intuiciones recientes más singulares de la ciencia occidental.
Para finalizar, me gustaría señalar brevemente una tercera premisa, vinculada a las dos anteriores, y que Alan Watts ha desarrollado en varias de sus conferencias y obras. Este principio parte del concepto occidental de Dios concebido como un monarca universal del mundo, ontológicamente separado del resto de la existencia, a la cual gobierna desde arriba. Este Dios-jefe, que Watts describe como representativo de las tradiciones monoteístas, corresponde, claro está, a una imagen política del universo. A esta concepción contrapone Watts aquella otra, de origen indio, que concibe al mundo como una representación, una obra de teatro, «como lo que siempre es, siempre ha sido y siempre será, el Sí mismo» [viii].
Tal como señala, una vez más, el mismo autor: «El atman también es llamado brahman, un término que procede de la raíz bri, que significa crecer, expandirse o hincharse (y que está relacionado con la palabra inglesa breath, que significa respirar). De este modo, Brahman, el Sí mismo de la cosmovisión hindú, juega al escondite consigo mismo desde el comienzo de los tiempos. ¿Y hasta qué punto podemos perdernos? Según la visión hinduista, cada uno de nosotros es la divinidad que se pierde por el mero goce de volver a encontrarse. Porque, por más terrible que esto pueda parecer en ocasiones, despertar de ese sueño siempre resulta extraordinario. Esa es la idea fundamental de la visión hinduista del mundo (…)» [ix].
En este sentido, Watts entendía que una de las diferencias esenciales entre hinduismo y budismo reside en que este último no nos dice quiénes somos, no parte de ninguna idea ni concepto preconcebidos. La originalidad del mensaje budista (al que en varias oportunidades hermana con el taoísmo) radica para él en el hecho de que su objetivo no es tanto las doctrinas o las ideas per sé, sino, por el contrario, proporcionar un método para la transformación de la conciencia y de nuestra sensación de identidad.
En nuestros sentimientos de desarmonía e inadaptación, Watts sigue la estela del Buda al proponerlos como frutos de la ignorancia. Así, el sufrir nace de nuestra obstinada determinación por aferrarnos a la ilusión de separación, siendo ello fuente tanto de la angustia existencial con la que muchos vivimos, como del pavor ante la muerte que denota uno de los estigmas fundamentales de Occidente.
No dejemos de mencionar que es a partir de la posibilidad de desnudamiento de la infraestructura social y cultural que sustenta la vida en Occidente, que para Watts la compasión puede emerger, partiendo del reconocimiento mismo de la esencial unidad de todos los seres.
La interpretación no dualista que Watts ensaya como clave hermenéutica de las tradiciones orientales no está exenta de críticas. Sin embargo, muchos han considerado los esfuerzos de Watts meritorios respecto a su intento de conectar el budismo contemporáneo con la sensibilidad occidental moderna. Su propuesta de un «budismo sin creencias», o su definición del budismo como «religión de la no religión», deriva de su presentación de esta tradición en términos despojados de cualquier sobrenaturalismo. Todo lo cual, desde ya, ha admitido distintos cuestionamientos. No obstante, al mismo tiempo, su vocación integradora, expresada por ejemplo en su interés por la cibernética, así como en sus referencias a la teoría general de sistemas al momento de exponer sus claves interpretativas, no solo han sido calificadas de oportunas, sino también premonitorias [x]. Aspectos los cuales mantienen vigente a Watts como un interlocutor cultural creativo, y provocativo, para distintas disciplinas.
Watts se apoyó en el budismo para cuestionar el artificio cultural de los opuestos, renovando la experiencia unitiva de interconexión. Al potenciar el sentido de nuestra responsabilidad, el budismo debilitó la visión jerárquica asociada a estructuras relacionales, sociales y políticas, permitiendo desafiar de esta manera la pretendida coherencia del status quo. Finalmente, para Watts, al abrazar una concepción del mundo en términos de interdependencia mutua, el budismo se erige como bálsamo terapéutico para superar tanto la ansiedad colectiva que nos atraviesa, como la pérdida de experiencia comunitaria que son males de nuestro tiempo.
[i] Alan Watts. (1973). Psicoterapia del Este y Psicoterapia del Oeste. Editor digital Titivillus, p. 39.
[ii] Alan Watts. El libro sobre el tabú de saber quién eres. Editor digital Titivillus, p.6.
[iii] Alan Watts. El libro sobre el tabú de saber quién eres. Editor digital Titivillus, p.43
[iv] Corredor Jimenez,C & Gallego A, José & otros. Formas dignas de co-existencia. Editorial Universidad del Rosario, Bogotá, 2020.
[v] Scott Sampson (2011). Interbeing. Edge. Recuperado en: https://www.edge.org/response-detail/10866
[vi] Alan Watts (1993). El gurú tramposo. Editorial Kairós, Barcelona, p.89
[vii] Alan Watts. (2018). The Meaning of Happiness: The Quest for Freedom of the Spirit in Modern Psychology and the Wisdom of the East». New Word Library, California.
[viii] Alan Watts (1996) Budismo. Editor digital Titivillus, p.9.
[ix] Alan Watts (1996) Budismo. Editor digital Titivillus, p.9.
[x] David. L Smith (2010). The authenticity of Alan Watts, incluido en «American Buddhism as a way of life». Editado por Gary Storhoff and John Whalen-Bridge, Suny Press, NY.
*La presente ponencia fue presentada originalmente en el marco de las Jornadas Budistas 2022 organizadas por la Universidad del Salvador (USAL), Buenos Aires, Argentina, que tuvieron lugar el 3 y 4 de noviembre de 2022. Agradecemos a Juan Manuel Otero Barrigón su autorización para reproducir el texto de la ponencia en nuestra plataforma digital, y al Dr. Federico Andino por su ayuda y cooperación.
Juan Manuel Otero Barrigón es licenciado en Psicología por la Universidad del Salvador. Profesor de la Cátedra «Psicología de la Religión» de la Facultad de Psicología & Psicopedagogía de USAL. Y coordinador de la Red de Estudios Religare – Psicología, Espiritualidad y Religión.