El dogma cristiano de la Santísima Trinidad desde una visión budista

DOUGLAS CALVO GAÍNZA

Dícese que andaba por la ribera el santo Agustín de Hipona, muy perplejo, meditando sobre el terrible misterio de la Trinidad. Y, a tal grado se le disturbaba el cerebro al bienaventurado, que, cual misionero de la salud mental, hubo de venir un angelillo con las pintas de un nene, para demostrarle al azorado asceta lo fútil de sus devaneos. Pero, quienes no cuentan con aquella extraordinaria suerte del beato africano, de toparse con teólogos angélicos en las playas actuales, aún hoy sufren preguntándose: «¿Cómo lo uno puede ser tres?».

Sus dubitaciones brotan del análisis racionalista de un dogma raigal del cristianismo oficializado desde el siglo IV d.C., en el cual se afirma que la única Esencia u ousía Divina, se manifiesta en tres Hipóstasis o «Subsistencias». Éstas son individualizaciones de la Unidad Absoluta, las cuales coexisten consubstancialmente en una interrelación dinámica, donde el Padre es lo increado o la fuente; el Hijo, lo engendrado; y, el Espíritu, lo procedente. Es un único Dios, en tres personas.

Convencer de que «Uno» puede ser «Tres», le ha costado a la Iglesia cristiana un torrente de cismas y anatemas, desde Arrio en adelante. La duda es racional, y legítima. Pero nadie ignore de que acá lidiamos con una objeción antitrinitaria, puramente derivada del tiempo y del espacio; dos magnitudes que, en una realidad última, o se desvanecen o son irrelevantes. Desde una perspectiva puramente trascendental, no hay «tres», pues no existen números – asociados a las dimensiones mensurables de la Tierra -. Incluso, es bastante equívoco declarar, con demasiada certidumbre, que hay un «uno»…  

El defecto de un postulado típicamente “mundano” como el de «uno no puede ser igual a tres» (axioma al que podríamos denominar una samvriti satya, o «verdad relativa»), es que bebe exclusivamente de fuentes directas de la experiencia sensible, de la información cuantificable que el razonador obtiene a través de sus ojos y oídos. Y, según esa línea deductiva, sin dudas que Pedro, Jaime y Leonardo no pueden ser uno, sino que son tres. Quizás pudiera denominárseles una tríada, un trío de individuos, pero no una tri-unidad al estilo cristiano.

Empero, esto varía si se medita en las no-propiedades de lo Divino, en aquello que la Deidad No-Es. Al Eterno también se le llama, en los escritos de la teología negativa, el «in-finito», «Iiefable», «in-apprehensible», etc. Y, así, se expresa que lo Absoluto es, en última instancia, inconcebible para la mente humana, y que el misterio de misterioso no puede ser agotado por conceptos y verborreas de eruditos o doctores de la ley.

El cristianismo aborda ese plano supraracional por medio de la mística de la unión, de ese estado en el cual el buscador espiritual se asocia tan estrechamente a lo Uno, como para terminar diciéndole a Dios, palabras similares a éstas de Angelus Silesius [i]: «Yo no soy ni yo, ni Tú: Tú eres, por cierto, Yo en mí. »2 –

El budismo, por su parte, recurre a la comprensión y realización de la vacuidad de un ego personal autónomo. Se arriba a un estado de fluidez que trascienda, por igual, todas las nociones fijas, incluso aunque sean éstas las más elevadas (por ejemplo, cuando los maestros mahayana afirman que existe el imprescindible «vacío» o śūnyatā, y, a la vez, superan tal noción afirmando su opuesto o aśūnyatā). 

El resultado será una plena apertura a lo posible, a lo incondicionado, a la infinitud del Ser. Aquí, los conceptos son meras apoyaturas, y todas las dualidades son trascendidas. «La forma no difiere del vacío – nos dice el Sutra del Corazón -, y el vacío no difiere de la forma», pues «la forma es el vacío y el vacío es la forma.» Siguiendo, pues, a las enseñanzas de la Prajñāpāramitā: «No hay Buda y no hay iluminación, no hay contaminación ni purificación, ni producción (de dharmas) ni extinción, ni karma ni consecuencias del karma. No hay seres a los que salvar, y por tanto no hay boddhisattvas que los salven. La forma se fusiona con el vacío, el samsara con el nirvana.» [ii] 

Desde esa perspectiva trascendental (lokottara), y razonando a partir de la verdad no condicionada ni relativa (paramartha satya), al considerarse la dogmática cristiana desde una óptica budista, se arriba a conclusiones muy diferentes a las de Arrio y sus partidarios. Más bien, el dogma de que las tres personas de la Trinidad son una sola Divinidad, se torna un razonamiento casi elemental. 

Afirman los estudiosos del dharma que todo en el universo inter-es, o sea, se desarrolla en una interrelación que impide el surgir y la muerte de existencias separadas o autónomas. Cada simple taza de café que nos bebemos, nos inter-conecta no sólo con un entorno (la tierra, el agua, el cielo, las nubes, el sol y mucho trabajo agrícola), el cual nutrió a la planta y coadyuvó a su fructificación, sino, asimismo, con una larga historia, donde intervienen por igual Etiopía y sus pastores; el comercio musulmán y las prohibiciones coránicas del alcohol; los taberneros de Londres y Viena; los esclavos del Brasil… En concreto: que nuestro delicioso brebaje no puede exhibir, en absoluto, una subsistencia aislada, sino tan solo una concatenada e inter-relativa. El universo entero coexiste en él.

Si el mundo es imagen de Dios para un teólogo cristiano, entonces el que éste asuma, por analogía, que en la recapitulación de todas las causas y principio de principios hay una relación de inter-ser, una unidad en la multiplicidad, una coincidencia entre opuestos, resulta, cuanto menos, un razonar plausible.

Las personas/subsistencias de la Santísima Trinidad cristiana, carecen de existencia independiente; y, así, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo sólo pueden inter-ser, el Uno en el Otro. Como bien afirma Jesucristo: «Yo estoy en el Padre y el Padre está en Mí» (Juan 14:11) y «todo lo que tiene el Padre es mío» (Juan 16:15). Pues todo inter-es. Así que no puede darse, en Dios, una entidad segregada o desconectada del Padre, ni del Hijo, ni del Espíritu, sino que cada Subsistencia coexiste solamente en la inalterable Unidad del Divino Amor. 

Y, con la mirada budista, puede percibirse cómo en la especie humana, cada individuo concreto es una «subsistencia» del todo, pero sin constituir jamás una entidad autónoma, la cual fragmente a lo uno. Consiguientemente, «Pedro», «Jaime» y «Leonardo», usted y yo, el que escribe y mi lector, sólo somos entes separados en un lenguaje muy convencional, pero en otro nivel todos constituimos una unidad sin principio ni fin, interrelacionada entre nosotros mismos y con todo lo que ha preexistido, coexiste y devendrá existiendo en nuestro mundo. 

El budismo afirma que los dharmas, las realidades del universo, ni mueren ni nacen, sino que se interrelacionan en una infinita cadena de mutuas causalidades. Ejemplo: al meditar en cómo la semilla de cafeto pervive, transformada, en la planta, y luego en la infusión, se llega a entender que esa simiente no puede aniquilarse, ni tampoco surgir de la nada. Ella siempre se halla en el todo, en su contínuum; y, hasta cierto punto, es eterna. De modo que, «nacimiento» y «muerte», son puras ilusiones, asociadas, una vez más, al tiempo, al espacio y al pensamiento/lenguaje ordinarios. En un plano trascendental, ni se es aniquilado ni se surge.

¿Resultará, entonces, un dislate la afirmación dogmática cristiana sobre que el Hijo no es «creado», sino «engendrado», en un momento eterno sin principio ni fin? Si se examina tal doctrina desde la atalaya de la Prajñāpāramitā, no necesariamente.

Puede, pues, recurrirse con éxito al budismo como fuente de ricas matizaciones teológicas, enriquecedoras de una reflexión cristiana. En última instancia, todas las grandes espiritualidades proceden de, y hacia, un único trasfondo del ser. Y, por supuesto, el dharma, en su diálogo con el Occidente, bien hará en aplicar sus categorías de reflexión espiritual a la dogmática del cristianismo, incluso con aportes satisfactorios para su propia auto-comprensión. 

Esto, por ejemplo, nos lo evidencia el gran maestro Thich Nhat Hahn, cuando, deliberando sobre las oraciones a la Divina Trinidad, afirma que al escucharlas, se toca a «la intuición del inter-ser, la naturaleza del no-ser. » [iii]

Realmente, promisoria apreciación la suya. Y una que nos conduce a soñar con que, en un futuro, los émulos de San Agustín también puedan encontrarse, en sus paseos litorales, con ángeles budistas.

BIBLIOGRAFÍA

ANGELUS SILESIUS, Johannes. Peregrino Querubínico. O Rimas espirituales, gnómicas y epigramáticas que conducen a la Divina contemplación. Madrid: Ediciones Siruela, 2005.

NHAT HANH, Thich. Living Buddha, Living Christ. New York: Riverhead, 2007 (edición digital).

SNELLING, John. El budismo. Un estudio conciso y objetivo de su doctrina y práctica.  Madrid: EDAF, 1993.

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[i] Johannes Scheffer (1624-1677), místico germano. 2 “Peregrino Querubínico” II, 180.

[ii] John Snelling, p. 83.

[iii] Living Buddha, Living Christ, p. 290 edición digital.

Douglas Calvo Gaínza (La Habana, 1970). Escritor, traductor e investigador residente en Cuba, con tres maestrías y un doctorado sobre temas de humanidades, religión y filosofía. Estudia sobre budismo desde el año 2002 y colabora con BDE desde el 2020.

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