Canto de la ermita del tejado de paja. Comentarios del maestro zen Denkô Mesa

MAESTRO ZEN DENKÔ MESA

En la segunda mitad del siglo IX destacaron en China los maestros Ts’ao-shan Pen-chi y Tung-shan Liang-chieh (en jap. Sôzan Honjaku y Tôzan Ryokai). El vínculo entre ellos dio lugar al nacimiento de la llamada Casa Ts’ao-tung, posteriormente conocida en Japón como la escuela sōtō, que deriva de la unión de los nombres de los dos fundadores y quienes a su vez recibieron sus denominaciones de las montañas de sus monasterios. Sin embargo, algunos estudiosos apuntan a que debiera considerarse al maestro Shítóu Xīqiān (en jap., Sekitô Kisen) como uno de los precursores no reconocidos de la misma. Un hecho significativo, y que merece ser tenido en cuenta, es que en las recitaciones diarias y en las ceremonias de los templos sōtō zen se incluye un texto de Shítóu Xīqiān, el Sandokai (La esencia y los fenómenos se interpenetran). Hoy no vamos a comentarlo, sino a dedicarle atención a un bellísimo poema suyo titulado «Canto de la ermita del tejado de paja» [en ch., caoanke, en jap., soanka]

Shítóu Xīqiān (700-790) residió en la provincia de Hunan. Según la tradición, él mismo se construyó una pequeña choza sobre una roca plana, por lo cual fue popularmente conocido como «Cabeza de piedra» (ch., Shítóu; jp., sekitô). Con este nombre se le conocerá a lo largo de toda la historia del chan. Permaneció veintitrés años recluido en su choza de montaña, meditando e instruyendo a un creciente número de discípulos. Se caracterizó sobre todo por su inteligencia y por su aspecto sereno. Está en relación directa con Dàjiàn Huìnéng, el sexto patriarca del zen en China, a quien conoció cuando aún era muy joven. Shítóu Xīqiān recibió la transmisión del Dharma dos generaciones después. El texto dice así:

«Aquí donde no hay nada de valor,

he construido una ermita con el tejado de paja.

Después de comer, descanso y disfruto de una siesta.

Cuando estuvo acabada, la maleza ya crecía de nuevo.

Instalada ahora por doquiera, lo recubre todo.

 

Quien ocupa esta ermita, vive aquí tranquilamente,

no apegado ni al interior, ni al exterior, ni en medio.

Los lugares donde la gente mundana vive, él no vive.

Los reinos que la gente mundana ama, él no ama.

 

En sus escasos diez metros cuadrados,

esta choza contiene el universo entero:

un anciano y el resplandor de las formas y su esencia.

 

Los bodhisattvas del Gran Vehículo

tienen una fe absoluta en esto.

Los seres mediocres u ordinarios no pueden evitar dudar y preguntarse:

¿esta choza perecerá o no?

Perecedera o no, el verdadero maestro está presente.

No habita ni en el norte ni en el sur,

ni en el este ni en el oeste;

permanecer firmemente enraizado en la quietud,

nada puede superar esto.

Una ventana brilla bajo los verdes pinos,

palacios de jade y torres bermellón

no pueden compararse a ella.

 

Simplemente sentado

con la cabeza a cubierto,

todo permanece en reposo.

Así, este monje de montaña

no comprende nada en absoluto.

Viviendo aquí, ya no se afana por liberarse.

¿Quién se enorgullecería de disponer asientos para atraer visitantes?

 

Dirijan la luz hacia el interior,

luego, la devuelven simplemente (hacia el exterior).

La fuente ilimitada no puede ser atrapada ni rechazada.

Conozcan a los antiguos maestros,

familiarícense con su enseñanza.

 

Recojan manojos de paja para construir una choza

y no deseen abandonarla jamás.

Suelten completamente

y dejen pasar los siglos.

Abran las manos

y caminen inocentes.

Miles de palabras y miríadas de interpretaciones,

son solo para que se liberen de las interpretaciones.

 

Si desean conocer al inmortal que vive en la choza,

aquí y ahora no se aparten de este saco de piel.»

Ya en los primeros versos del poema nos conmueve la certeza y sabiduría del maestro cuando dice: «aquí donde no hay nada de valor». La determinación de construir una choza de paja, que no contiene nada de valor en su interior, está implícitamente relacionada con el compromiso interno a la hora de transitar la vía. En ocasiones, algunos me preguntan si la bodhicitta, el impulso o anhelo al despertar, es un acto propio y egoísta, no dándose cuenta de que este es un recurso de defensa que aparece en el personaje. El ego se siente debilitado cuando el corazón sincero del practicante palpita con fuerza. No hay forma de parar al brote verde de una flor que pulsa por abrirse en primavera. Es algo natural. Es más, el sufrimiento viene al tratar de ralentizar o detener este flujo porque no hay posibilidad alguna para impedir este impulso de la libre voluntad del ser manifestado. Así pues, la determinación a la que alude Shítóu Xīqiān en su poema, surge más allá de la voluntad ordinaria y se extiende y presenta sin principio ni final. Así es la vía que seguimos. El maestro continúa diciendo:

«Cuando estuvo acabada, la maleza ya crecía de nuevo»

La vía del zen no se limita a empezar o acabar una sesión de meditación. De hecho, la práctica es todo el tiempo, igual que el universo se manifiesta tal cual es sin medirse por un instante definido. Cierto es que las hierbas crecen por todos lados, las ilusiones aparecen y no podemos hacer gran cosa, salvo observarlas con paciencia y ecuanimidad e integrarlas en la experiencia de lo contemplado. Esto ocurre de igual forma en la meditación (zazen). En ella se trata de no inclinarse en exceso hacia un lado y dejar partir por defecto hacia el otro, esto es, consiste en no tomar partido, ni por ni contra, porque al hacerlo de esa forma, solo se le da más fuerza a lo que va apareciendo. La clave está en la capacidad de observar sin más, contemplar lo que acontece y permanecer en la tranquilidad de la conciencia testigo. Son máximas a tener en cuenta en el camino del autoconocimiento. Todo aquello a lo que se le presta excesiva atención, provoca velos y empaña la realidad.

En el momento en que nos sentamos sin afán, nos relajamos en el cuerpo de una postura estable, permanecemos enraizados entre el cielo y la tierra, reposamos en ella y fluimos a través del instante del presente con la respiración amplia y tranquila. De forma natural, como si fueran nubes que pasean las alturas, empiezan a aparecer pensamientos, sensaciones, emociones, etc. Si practicamos la concentración justa y desarrollamos la atención consciente mediante el ejercicio de la contemplación ecuánime, observaremos que todo es tal y como está siendo, veremos que cada cosa vuelve a su lugar y nos liberaremos de las falsas expectativas y los ciegos impulsos del apego y el rechazo.

La choza de la que habla Shítóu Xīqiān es de paja, reflejo de la excesiva importancia que se le da a las cosas que en realidad no tienen valor. Él se mimetiza con el lugar, ama el entorno, se hace íntimo con la esencia que lo conforma. Se reconoce en ella. Por esta razón, sin esfuerzo de su parte, como dijera el sabio Nāgārjuna, crea un espacio adecuado en el que se siente bien, es feliz, vive en paz y puede practicar. Nada más tiene importancia.

«Quien ocupa esta ermita, vive aquí tranquilamente,

no apegado ni al interior, ni al exterior, ni en medio»

En la vía del Buddha no existe un lugar exacto para el desarrollo de la práctica. Todo es bodhimaṇḍa, un lugar de práctica e iluminación. El dojo está en todas partes y no está en ningún otro momento que no sea éste el del ahora. Por esta razón hablamos del estado de presencia que se da siempre en el presente. Esta es la choza del maestro Shítóu Xīqiān, un espacio vacío de toda forma conocida, incapaz de ser comprendida por la mente ordinaria. La sutil y poética descripción que hace de ella es una representación alegórica de la esencia y el corazón de zazen, una vivencia interna, abierta y receptiva, como lo es el universo entero donde todo está contenido en él y el universo entero está contenido en cada fenómeno observado:

«En sus escasos diez metros cuadrados,

esta choza contiene el universo entero»

Como estamos viendo, el poema de Shítóu hay que comprenderlo de una manera muy amplia. Hablamos de crear un sitio donde cabe el universo y en él dar cobijo a todos los seres. Este espacio lo encontramos en el corazón sensible de la persona atenta, este es el terreno fértil de la práctica, este es el amor compasivo de los bodhisattvas, quienes «tienen una fe absoluta en esto». Por esta razón, en la choza no hay nada, está vacía y ajena a cualquier idea. Permanece abierta a todo fenómeno. Es igual con nuestra mente: si logramos vaciarla, lo nuevo y fresco podrá vivir en ella. Nuestro pasado ya no existe, entonces, ¿para qué guardarlo en la memoria? El futuro no ha llegado, ¿de qué sirve correr detrás del espejismo? Todo es un fluir constante. Atendamos lo importante, a lo que sucede sin etiquetas, valores personales, hagámoslo sin sobreesfuerzos. En otros versos del poema, el maestro nos alumbra con estas bellas enseñanzas:

«La fuente ilimitada

no puede ser atrapada ni rechazada.

Conozcan a los antiguos maestros,

familiarícense con su enseñanza»

Nuestra choza es ilimitada. La meditación todo lo abarca. Todos los seres pueden venir hasta ella, reencontrarse en la casa común, nutrirse, saciar su sed y su hambre de conocimiento. Por esta razón, se dice que el Dharma del Buddha es como un gran manantial de fresca sabiduría. Cuando hace calor y uno tiene sed, es de tontos no llevarse esta agua fresca a la boca. Ahora bien, ¿con qué cuenco te acercarás a beber de la fuente original? El recipiente del que hablo tiene que ver con la entrega, el compromiso sincero y la determinación en la práctica meditativa. Llegados hasta aquí, lo importante es conectar con nuestro interior, con esa llamada, con ese impulso y deseo de clarificar en verdad lo que nos ocurre y a quién le ocurre lo que nos ocurre.

«Recojan manojos de paja

para construir una choza

y no deseen

abandonarla jamás»

Los seres humanos mediocres se justifican y postergan con muchas explicaciones sobre esto y lo otro, e incluso derivan con pretensiones y exigencias sobre la práctica. Si no recorres el sendero espiritual con una actitud adecuada, de apertura y entrega receptiva, te quedarás con conceptos acumulados y no comprenderás nada. No habrá una verdadera liberación. Lo que te hace sufrir no es lo que eres, sino la distorsión de la creencia en la que habitas. El abandono del que habla Shítóu Xīqiān es una advertencia a que no perdamos el contacto con lo tierno, para disponer y llevar la atención a lo verdadero. Al hacerlo así, una y otra vez, la paciencia y el coraje fortalecerán la entrega alegre y generosa que establecemos con la práctica. Al reposar en la confianza, cuando te entregas a la meditación, estás atendiendo y nutriendo la verdad de quien tú eres, dejando partir los patrones y creencias limitantes que antes te causaban malestar. Este es nuestro vínculo con lo sagrado, nuestra devoción sincera con la vía del despertar:

«Abran las manos

y caminen inocentes»

Denkô Mesa nació en 1967 en la isla de Tenerife, España. Es maestro zen, director espiritual de la Comunidad Budista Zen Luz del Dharma. Cursó estudios superiores en la Universidad de La Laguna donde obtuvo la licenciatura en Filología Hispánica en el año 1990. Asimismo, es profesor del prestigioso Máster en Mindfulness de la Universidad de Zaragoza. Comenzó a estudiar y practicar el budismo zen en 1989. En el año 2005 es reconocido como maestro zen. Junto a su dedicación como maestro zen, ejerce docencia como profesor de Lengua Castellana y Literatura en la ciudad de San Cristóbal de La Laguna, Tenerife. Ha publicado dos libros de poesía, así como otros relacionados con la tradición budista.

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