Budismo y psicoanálisis (II): Crisis y ayuda terapéutica-un comentario.

SERGIO STERN NICOLAYEVSKY

Puede leer la primera parte de este artículo aquí

Retomando la discusión iniciada en la primera entrega acerca de cómo el psicoanálisis y la práctica budista pueden trabajar al unísono en alguien que se interesa por ellos, quisiera ahora presentar en esta segunda parte un ejemplo de ese diálogo posible. Como insistí en la entrega anterior, no sería un ejemplo de síntesis o integración, ya que eso es algo que se encuentra lejos de mis propósitos. Esta es una instancia de asociación libre, una reflexión que se abre entre estos dos campos del saber en torno al tema de las crisis y la ayuda terapéutica, sin ningún otro propósito más que el de elevarnos o inspirarnos.

El Han, llamado a la práctica

La siguiente cuestión me parece fundamental: ¿Cuándo llega una persona a pedir ayuda con un profesionista en el área de la salud mental, como puede ser un psicoanalista o un psicoterapeuta? Esta es la manera más sencilla de comprenderla: cuando esa persona entra en crisis.

Crisis significa pregunta, una pregunta…

En general, tendemos a pensar en nuestros problemas y dificultades como impedimentos, distracciones, enfermedades, estorbos a ser removidos, eliminados de preferencia lo más rápido posible. Pero la búsqueda de un camino de crecimiento personal incluye el arte de saber transformar los obstáculos en oportunidades de aprendizaje y lo difícil y doloroso en la posibilidad de una enseñanza. El Dalái Lama afirma que, si uno es capaz de transmutar situaciones adversas en factores de entendimiento, los obstáculos se convertirán en condiciones favorables para la práctica de un camino espiritual. El sufrimiento puede enseñarnos mucho no sólo acerca de las formas acostumbradas que tenemos de destruirnos y autodestruirnos; también nos recuerda el enorme sufrimiento en el que viven millones de personas; nos ayuda a volvernos más compasivos hacia la situación humana. Funcionamos ciegamente en base a un principio de placer-displacer que nos impele a retener todo lo bueno y a expulsar lo más lejos posible todo lo malo que, sin embargo, nos atañe. En esto Freud y el Buddha estaban de acuerdo. Transitar hacia un principio de realidad significa reconocer que la vida está compuesta por una serie de leyes que no elegimos y que hemos por terminar de aceptar. La mayor parte de lo que nos ocurre se encuentra fuera de nuestro control omnipotente. En palabras del maestro zen Zoketsu Norman Fischer, no podemos hacer que lo que ocurre desocurra. Si me caigo puedo aprender a no caerme, pero si ya me caí no puedo descaerme. De igual manera, lo que no ocurre, pues, no ocurre y en general no podemos hacer que ocurra, al menos no inmediatamente, a veces nunca. Si no me estoy ganando la lotería, pues no me la estoy ganando, por más que lo desee. Vivimos peleados con la realidad, con esta verdad. Todo lo que nos ocurre se halla interconectado en un sinnúmero de factores. Queremos imponer nuestra respuesta. Transmutar lo adverso en camino significa entender la vida como pregunta, buscar en lo más recóndito de cada crisis aquello que nos convoca sin escapatoria, para que lo afrontemos y transformemos con dignidad. Como si estuviéramos en medio de un doble salto mortal: nos tornamos más conscientes de la fuerza bruta de la repetición al tiempo que nos exponemos a las propiedades reparadoras de la incertidumbre, de los nuevos riesgos. Sólo así. Es como si fuéramos comandados a pararnos pacientemente delante de una bisagra que rechina…

Crisis. Autor: Sergio Stern (acuarela y lápiz sobre papel)

En la tradición del budismo zen a esto se le conoce como «el koan del momento presente». Cada momento de nuestra vida es un acertijo, una parábola, una paradoja. Una invitación a realizar una acción ética, siempre nueva, por lo tanto, sin un mapa o templete inmutable en el cual refugiarnos. Ética del deseo, vis a vis nosotros mismos, lo que deseamos; ética de la otredad, vis a vis, las necesidades del otro. El rabino Hillel (110 a. C.-10 d. C.) planteó esta paradoja de la siguiente manera: «Si yo no soy para mí, ¿quién lo será? Y si sólo soy para mí, ¿qué soy? Y si no es ahora, ¿cuándo? ». [i] Esta es la fotografía de lo que representa el estar vivo, aunque en constante movimiento. La respuesta no viene fácil y más de las veces entramos en crisis. En ocasiones sólo podemos apoyarnos en la pregunta misma, en el hecho de poder formularla, con la totalidad de nuestro ser, convertirnos en esa interrogante que somos y que suele esconderse detrás del nombre de aquello que nos acontece. De por sí la mayoría de las cuestiones se resuelven orgánicamente según sus propias leyes, su propio ritmo, cuando permitimos ese espacio y alocamos esa apertura. Gran Pregunta, Gran Fe y Gran Esfuerzo. No hay más. Tanto para el budismo como para el psicoanálisis, hemos de saber que no es posible vivir sin sufrir daño alguno, ni tampoco vivir sin hacer algún daño. La otredad implica necesariamente un juego de voluntades, humanas o divinas. Las crisis conforman el tejido más íntimo de nuestro devenir en la medida en que el deseo empuja y nunca se satisface completamente. Pero cuando quedamos atrapados entre dos amos —entre las demandas insaciables del deseo ansioso (que es del Otro) y los mandatos insaciables del Otro (que hacemos nuestros)— es que consultamos con alguien. Cuando ante las dificultades de la vida se reducen todas nuestras respuestas a dos reacciones, atacar o congelarnos, es que pedimos ayuda. Y pedir ayuda cuando se siente que no hay salida es lo más importante —esto es lo que a final de cuentas cuenta.

Esperanza, reparación, luz en la oscuridad. Foto: Sergio Stern

Un hombre se encuentra colgado de un árbol muy alto amarrado de pies y manos. Solo se detiene de una rama con los dientes. De pronto, otro hombre pasa por debajo y le pregunta: «¿Por qué Bodhidharma vino a China del Oeste? » Si el hombre no responde, el transeúnte le dispara con un rifle, ya que esto constituye una falta de respeto según los códigos de conducta en esos antiguos parajes del mundo; pero si el hombre contesta, entonces abre la boca y se precipita irremediablemente hacia el abismo. ¿Qué hacer?

Este es el koan del momento presente; esta es la crisis de nuestra vida, ¿no están de acuerdo? Y no hay respuesta correcta. Preguntar por qué Bodhidharma llegó a China de Occidente es una manera elegante y sofisticada que tiene el zen de preguntarse acerca del significado de la vida. Nos encontramos agarrados con los dientes de la rama de un árbol esperando que finalmente llegue ese momento de reposo y quietud que nunca llega. Cada instante y cada etapa de nuestra vida nos plantea un interrogante que reproduce el que aparece en esta historia. Si contestamos fallamos en el sentido de que siempre habrá algo misterioso e inefable, incomprensible, en torno a lo que nos pasa. Al definir un momento también lo matamos, porque nos cerramos a otras posibilidades, a otras interpretaciones, a otras perspectivas. Siempre hay algo más de lo que nos imaginamos, algo que no sabemos, un sagrado no sé alrededor del cual se enarbola el sentido de la vida. Pero si callamos, si nos escondemos, si no contestamos a aquello que la vida quiere mostrarnos, nos presenta, exige e interroga, también morimos. La vida nos obliga a dar respuesta todo el tiempo, a actuar ética y poéticamente (tal vez, incluso, heroicamente). Para ello hemos de tomar en cuenta nuestra más profunda individualidad y al mismo tiempo nuestro compromiso con el mundo —la tensión o justicia imperfecta que ha de reinar entre ambas.

Cada momento nunca lo es todo, pero a su vez es todo lo que tenemos. Si no salimos huyendo o atacamos despiadadamente creyendo que el enemigo se encuentra afuera, tendremos la increíble oportunidad de entender las crisis que atravesamos como peldaños indispensables en el camino interminable de abrirnos cada vez más a nuestros corazones. Toka, toka, kane, kane…, decía un maestro mío de meditación, supongo en cingalés. Poco a poco, paso a paso… Freud ya apuntaba a que si un paciente no era capaz de interesarse por su «enfermedad» nunca iba a poder continuar en la cura o en el proceso de descubrimiento que la posibilita. Esta también ha sido mi experiencia. No es posible avanzar a menos que desarrollemos una actitud compasiva ante las crisis y las preguntas que de ellas se desprenden. Las soluciones a las que arribemos han de surgir de la necesaria humildad y una postura incluyente.

En psicoanálisis partimos del hecho de que repetimos aquello que nos hace sufrir y las crisis nos dan la oportunidad de que ocurra algo nuevo, en soledad y en relación con los demás. La regla fundamental del análisis, la asociación libre y la atención libremente flotante, sirve como base para instaurar un proceso que reconozca lo que nos ocurre (y lo que no nos ocurre), paso esencial para el desarrollo de una atención no juiciosa y del autoconocimiento. Freud resumió así en 1926 lo que tiene lugar en este proceso:

En el psicoanálisis reinó desde el principio una unión indisoluble entre curar e investigar; el conocimiento trajo consigo el éxito terapéutico; fue imposible tratar a un paciente sin aprender al mismo tiempo algo nuevo; ninguna nueva información pudo adquirirse sin experimentar simultáneamente sus resultados benéficos. Nuestro procedimiento analítico es el único en el cual permanece asegurada esta preciosa conjunción.

El psicoanalista argentino Ricardo Rodulfo sostiene que en el centro de la enfermedad un reaccionar reemplaza a un accionar más espontáneo. El psicoanálisis no es una técnica; es una experiencia y un acontecer. El analista coopera con el paciente para que éste inicie un proceso autocurativo. La curación es la tendencia a volver a lo propio. En el fondo se trata de regresar a una posición, ante nosotros y ante el mundo, mucho más original, espontánea y vital, en vez de dejarnos dominar y domeñar por nuestras reacciones y por lo ajeno construido. Desconozco el por qué, pero cuando me adentro en la enseñanza budista descubro algo muy similar. Para habitar lo que somos hemos primero de aprender a deshabitar. Sólo así podemos regresar a una manera más acorde. Tanto el budismo como el psicoanálisis nos enseñan a lidiar con el vacío y con la muerte; a modular el encuentro con lo que no hay. Sustituimos nuestras tendencias neuróticas de que sí lo haya todo por el intento de formular una vida más humilde pero más digna. Si entre estos dos campos del saber se integran o no estas cuestiones, si sus intuiciones son más distintas que afines, o viceversa, no lo sé. Seguro son ambas. Lo cierto es que cuando lo pienso, una y otra vez quedo estupefacto. Eihei Dogen, el gran maestro zen del Japón medieval escribió en 1233 las siguientes palabras:

Estudiar el camino de Buddha es estudiarse a sí mismo. Estudiarse a sí mismo es olvidarse de sí mismo. Olvidarse de sí mismo es ser actualizado por la multitud de cosas. Cuando la multitud de cosas se actualiza por sí misma, tu cuerpo y tu mente, así como el cuerpo y la mente de todos, desaparecen. No queda rastro de iluminación y este no-rastro continúa sin fin. Cuando al principio buscas el dharma, imaginas que estás muy lejos de su entorno, pero el dharma ya se ha transmitido correctamente; eres inmediatamente tu yo original.

Para mí, definitivamente son confluencias o encuentros sagrados…

Acerca del autor

Sergio Stern es psicoanalista en práctica privada desde 1989. Hizo su licenciatura en la Universidad de California, en Berkeley, y realizó estudios de posgrado en la Asociación Psicoanalítica Mexicana, en el Instituto de Psiquiatría, King’s College London, Reino Unido, y en la Universidad de Duquesne en Pittsburgh, Pennsylvania, donde cursó una maestría en existencialismo y fenomenología.

Nacido en la ciudad de México, en una familia de emigrantes judíos que llegaron a México escapando del antisemitismo y de las condiciones precarias de vida en Europa del Este en la década de los veinte.

A lo largo de su trayectoria, ha impartido numerosas pláticas sobre budismo y psicoanálisis en distintos centros de meditación, como Budismo Libre en la Ciudad de México y Yoga del Mar en el Puerto de Veracruz; y publicado artículos académicos y de divulgación sobre el tema. Vive en la Ciudad de Xalapa, Veracruz, México, y es fundador de Montaña Despierta, un espacio para la práctica de la meditación inspirada en el budismo zen, ubicado desde el 2008 en dicha ciudad. Montaña Despierta es miembro de Branching Streams, una red de centros de práctica en la tradición del maestro Suzuki Roshi y perteneciente al Centro Zen de San Francisco, donde Sergio se ha entrenado y aprendido de sus maravillosos maestros y maestras durante muchos años.

En el último año, Sergio estuvo viviendo en Israel, en la ciudad de Jerusalén, donde ha profundizado en sus estudios de judaísmo, filosofía judía y la cultura hebrea. Se sigue preguntando quién es y qué es esta vida tan extraña, condición itinerante de aquellos que comprenden que la vida es un viaje o proyecto inacabado.

Enlaces:

Enlace para Montaña Despierta, Espacio para la Práctica de la Meditación Inspirada en el Zen www.mdzen.com

Presentación de El cuenco vacío, Librería El Péndulo, Ciudad de México, 15 de noviembre 2022 https://hearthis.at/montanadespierta/cuenco-vacio-el-pendulo-cdmex-waw/


[i] Hillel, Pirkei Avot 1:14.

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